Por: Maximiliano Catalisano

Hay una pregunta que cada vez suena con más fuerza en charlas, reuniones y debates educativos: ¿para qué sirve la escuela en el siglo XXI? No es una pregunta nueva, pero sí es una pregunta que merece ser respondida desde nuevas miradas. Porque la escuela ya no es solo el lugar donde se transmiten conocimientos. Es, o debería ser, mucho más que eso. Es un espacio de construcción colectiva, de encuentro, de desarrollo personal, de aprendizaje de habilidades para la vida. Y sobre todo, es el lugar donde las personas aprenden a convivir con otros, a pensar, a crear y a ser.

Repensar el propósito de la escuela en estos tiempos implica animarse a revisar viejas prácticas y abrirse a nuevas posibilidades. Significa entender que el mundo cambió, que los estudiantes llegan con otras expectativas, otras formas de aprender, otras necesidades. Y la escuela no puede permanecer igual a la de hace décadas. No se trata solo de sumar tecnología o de cambiar los libros. Se trata de revisar qué experiencias de aprendizaje se ofrecen, qué sentido tiene lo que se enseña y cómo eso se conecta con la vida real de los alumnos.

Hoy la escuela tiene que ser un espacio que prepare a las personas para un mundo diverso, incierto y en constante transformación. Un espacio que forme personas curiosas, con pensamiento crítico, con capacidad de adaptación, con sensibilidad social y con herramientas para crear proyectos personales y colectivos. La escuela debe ser ese lugar donde se aprende a vivir en comunidad, a respetar las diferencias, a resolver conflictos de manera pacífica y a trabajar en equipo.

Además, es necesario pensar la escuela como un espacio que abrace los errores y los procesos, y no solo los resultados. Que permita explorar, experimentar, preguntar sin miedo. Que acompañe a cada alumno en su recorrido personal, respetando sus tiempos y sus maneras de aprender. Porque en un mundo donde la información está disponible en cualquier dispositivo, el valor de la escuela está, sobre todo, en lo humano. En el vínculo, en la mirada, en la palabra, en la presencia de otros que guían, que acompañan y que escuchan.

Por eso, preguntarse para qué sirve la escuela en el siglo XXI no es una cuestión de moda ni una pregunta para especialistas. Es un debate que nos incluye a todos: docentes, familias, estudiantes, directivos, y también a quienes diseñan las políticas educativas. Porque de las respuestas que podamos construir depende, en buena parte, la forma en que los alumnos vivirán su paso por la escuela. Y también la manera en que estarán preparados para afrontar los desafíos del presente y del futuro.