Por: Maximiliano Catalisano

¿Qué pasaría si en lugar de centrarnos solo en los logros, las notas o las conductas, empezáramos a mirar también aquello que merece ser agradecido en el aula? ¿Cómo cambiarían las relaciones, la motivación y hasta el modo de aprender si la gratitud formara parte de la vida escolar de todos los días? La gratitud es mucho más que dar las gracias. Es una forma de ver el mundo, de reconocer lo bueno, de valorar los esfuerzos propios y ajenos. Es una actitud que no solo mejora el clima del aula, sino que ayuda a construir una mentalidad positiva, generosa y empática desde la infancia.

Hablar de gratitud en la educación es entender que los niños no solo aprenden matemática, lengua o ciencias. También aprenden a ser parte de un grupo, a convivir, a reconocer a otros y a sentirse reconocidos. La gratitud es una herramienta poderosa que permite a los estudiantes desarrollar habilidades emocionales que impactan directamente en su bienestar y en su forma de relacionarse.

Diversos estudios muestran que practicar la gratitud ayuda a reducir la ansiedad, mejora el estado de ánimo y favorece la autoestima. Además, cuando se incluye en las dinámicas escolares, fortalece los vínculos entre docentes y estudiantes, y también entre los propios compañeros. Sentirse valorado y aprender a valorar lo que los demás hacen genera un ambiente más respetuoso, más amable y más predispuesto al aprendizaje.

Fomentar la gratitud en el aula puede comenzar con gestos simples. Desde dedicar unos minutos para compartir algo bueno que haya pasado en el día, hasta escribir mensajes de agradecimiento o destacar las actitudes positivas de los demás. No se trata de grandes actos, sino de instalar la costumbre de detenerse a mirar lo bueno, lo que suma, lo que vale la pena reconocer.

Los docentes tienen un rol clave al modelar esta actitud. Mostrar gratitud por el esfuerzo de los estudiantes, por su participación, por su compromiso, ayuda a que ellos también lo incorporen en su vida cotidiana. Al mismo tiempo, trabajar la gratitud permite reducir el foco en la queja, en la comparación o en la competencia, generando un espacio donde todos se sienten parte importante del grupo.

La gratitud no borra las dificultades, pero ayuda a mirarlas desde otro lugar. Los niños que crecen agradeciendo lo que tienen, lo que aprenden y quienes los rodean, son niños más resilientes, más empáticos y con mayor capacidad de reconocer lo valioso en lo cotidiano. Por eso, enseñar gratitud en la escuela no es un detalle menor. Es abrirles una puerta a una manera de vivir más consciente, más amable y más feliz.