Por: Maximiliano Catalisano
El paso de la escuela secundaria al mundo laboral es una etapa que marca profundamente la vida de muchos jóvenes. No se trata solo de egresar, sino de encontrar un lugar en el mundo donde lo aprendido cobre sentido. Por eso, las instituciones educativas tienen un papel fundamental en la preparación de los estudiantes para ese momento. Acompañarlos no es darles todas las respuestas, sino brindarles herramientas concretas para que puedan tomar decisiones, reconocer sus intereses, fortalecer sus habilidades y animarse a construir un proyecto de vida que los motive.
Las estrategias para lograr este acompañamiento pueden empezar mucho antes del último año. Incorporar talleres de orientación vocacional, espacios de reflexión sobre el futuro y actividades de exploración del mundo del trabajo ayuda a que los estudiantes puedan visualizar posibilidades y entender qué se espera de ellos fuera del ámbito escolar. Visitas a empresas, charlas con profesionales, simulaciones de entrevistas o ferias de oficios pueden ser experiencias reveladoras, sobre todo si se hacen en un marco que respete los tiempos de cada adolescente.
En este proceso también es importante que las escuelas generen redes con el entorno social y productivo. El vínculo con instituciones de formación técnica, universidades, cámaras empresariales o emprendimientos locales permite abrir puertas reales, generar pasantías, y acercar a los estudiantes a contextos donde se pone en juego lo aprendido. Estos lazos no deben ser ocasionales, sino pensados como parte de un proyecto formativo que ayude a que el paso de la escuela al trabajo sea más consciente, menos incierto y más cargado de sentido.
Además de lo técnico, hay un aspecto emocional que no se puede dejar de lado. Muchos jóvenes egresan con miedos, dudas o inseguridades. El acompañamiento docente y el rol del equipo de orientación son claves para que se sientan escuchados, comprendidos y sostenidos en ese tránsito. Las decisiones vocacionales no son definitivas, y es bueno que sepan que tienen derecho a probar, cambiar y buscar nuevos caminos si lo necesitan.
El aula, entonces, no es un punto de llegada, sino una plataforma de despegue. Pensar estrategias para la inserción laboral no significa convertir a la escuela en una fábrica de empleados, sino en un espacio que abra preguntas, potencie talentos y conecte a los jóvenes con un mundo en permanente transformación.