Por: Maximiliano Catalisano

Aprender a leer no significa únicamente reconocer letras y palabras. La verdadera lectura implica comprender, interpretar y cuestionar lo que se lee. En un mundo donde la información está al alcance de un clic, formar lectores críticos se ha convertido en un desafío fundamental. Sin esta habilidad, los niños y jóvenes pueden quedarse en la superficie de los textos, sin desarrollar la capacidad de analizar y reflexionar sobre lo que leen.

Uno de los primeros pasos para fomentar la lectura crítica es la conversación. Hacer preguntas después de leer un texto ayuda a profundizar la comprensión. Preguntas como “¿qué quiso decir el autor?”, “¿qué opinas de esto?” o “¿por qué crees que pasó así?” invitan a los lectores a ir más allá de la simple decodificación.

Otro aspecto clave es la variedad de textos. No basta con libros de ficción o manuales escolares. Periódicos, ensayos, cómics, artículos de opinión e incluso redes sociales pueden servir para ejercitar el pensamiento crítico. Comparar diferentes fuentes sobre un mismo tema ayuda a entender que la lectura no es pasiva, sino que requiere análisis y criterio.

La escritura también es una aliada. Pedir a los niños y jóvenes que expliquen con sus palabras lo que leyeron refuerza su capacidad de síntesis y argumentación. Escribir resúmenes, opiniones o incluso reescribir finales alternativos permite que el lector se involucre con el texto de una manera más profunda.

Leer de manera crítica no es una habilidad innata, sino que se construye con práctica y acompañamiento. No se trata solo de entender las palabras, sino de interpretar significados, hacer conexiones y cuestionar ideas. En tiempos donde la información circula sin filtros, formar lectores críticos es más importante que nunca.