Por: Maximiliano Catalisano

Hay una frase que suele escucharse en muchas aulas: “de los errores se aprende”. Pero, ¿realmente se enseña a aprender del error? ¿O se castiga y se corrige sin dar lugar a la reflexión? En el ámbito educativo, el error sigue siendo para muchos una marca negativa, algo que hay que evitar, tapar o corregir rápidamente. Sin embargo, cuando se lo observa desde otra perspectiva, el error puede convertirse en uno de los motores más poderosos del aprendizaje.

Equivocarse es parte del proceso. Nadie aprende algo nuevo sin atravesar momentos de duda, ensayo, prueba y fallo. En lugar de señalar el error como una falla, es fundamental transformarlo en una herramienta. Para eso, el primer paso es generar un clima donde el error no sea motivo de burla, ni de vergüenza, ni de sanción. Los estudiantes deben sentir que tienen permiso para equivocarse y que hacerlo es parte natural de su crecimiento.

Esto implica cambiar la mirada de docentes y adultos. Cuando se celebra solo el resultado correcto y se deja de lado el camino recorrido, se pierde una gran oportunidad pedagógica. Es en el error donde se revelan las ideas previas, las formas de razonar, las dudas que todavía quedan por resolver. Por eso, en lugar de corregir rápidamente, es necesario detenerse, preguntar, revisar y conversar sobre lo que ocurrió.

Una cultura que valora el error como parte del aprendizaje no es permisiva, sino exigente de una manera distinta: exige pensar, cuestionar, volver sobre lo hecho, buscar otras estrategias. No se trata de dejar pasar todo, sino de usar el error como punto de partida para una comprensión más profunda.

Además, cuando se enseña a ver el error como una instancia valiosa, también se fortalecen aspectos emocionales. Se construye confianza, se reduce el miedo al ridículo, se promueve la resiliencia. Los estudiantes que aprenden a equivocarse sin temor están más dispuestos a intentar cosas nuevas, a salir de su zona de confort, a animarse a desafíos más complejos.

Transformar el error en oportunidad no es una consigna vacía, sino una decisión pedagógica profunda. Supone pensar cómo se enseña, cómo se acompaña, cómo se evalúa. Supone entender que el error no interrumpe el aprendizaje, sino que lo enriquece.