Por: Maximiliano Catalisano
El arte no es solo una expresión estética o un medio de comunicación, sino también un campo de conocimiento que permite comprender la realidad desde otras perspectivas. A lo largo de la historia, ha sido una herramienta para cuestionar, reflexionar y construir sentidos sobre el mundo que habitamos. Su enseñanza y acceso no deben ser un privilegio, sino un derecho fundamental que posibilita el desarrollo del pensamiento crítico y la identidad cultural.
El arte como conocimiento implica reconocerlo como un lenguaje con estructuras propias, donde la sensibilidad y la creatividad se combinan con el análisis y la técnica. En la escuela, su enseñanza no debe reducirse a la ejecución de actividades manuales o a la imitación de estilos consagrados, sino que debe abrir espacios para la exploración y la experimentación. La posibilidad de interpretar y producir obras permite a los estudiantes desarrollar nuevas formas de mirar su entorno y expresarse.
Pensar el arte como un derecho implica garantizar que todas las personas tengan acceso a su práctica y disfrute. Esto va más allá de la formación artística en instituciones especializadas, ya que supone generar políticas públicas que fomenten su presencia en los ámbitos educativos y comunitarios. La democratización de los bienes culturales, la diversidad de expresiones y la posibilidad de que cada persona encuentre su propia voz son aspectos fundamentales de esta concepción.
En muchos casos, la falta de recursos o de valoración dentro del sistema educativo limita las oportunidades de acceso al arte. Sin embargo, la incorporación de proyectos interdisciplinarios, la articulación con espacios culturales y el uso de nuevas tecnologías pueden ampliar las experiencias de los estudiantes. La educación artística no solo fortalece el pensamiento abstracto y la sensibilidad, sino que también contribuye a la construcción de sociedades más abiertas y reflexivas.
Entender el arte como conocimiento y derecho nos invita a replantar su lugar en la educación y en la vida cotidiana. No se trata solo de apreciar obras del pasado, sino de generar experiencias que permitan a cada persona ser protagonista de su propia creación y expresión.