Por: Maximiliano Catalisano
A veces, cuando pensamos en la planificación de una clase, lo hacemos desde un ideal de perfección: imaginar que todo saldrá como lo escribimos, que los tiempos se cumplirán, que los estudiantes responderán como esperamos. Sin embargo, la realidad del aula nos muestra otra cara: interrupciones, dudas inesperadas, respuestas que nos descolocan, actividades que no funcionan como pensábamos. En ese escenario, el error aparece y muchas veces se lo vive como un problema. Pero, ¿y si lo pensáramos como parte del proceso? ¿Y si el error, lejos de ser un obstáculo, fuera una fuente de información que nos ayuda a ajustar, revisar y volver a pensar?
Aceptar que puede haber errores en lo que planificamos no nos debilita como docentes, nos hace más humanos y más conscientes del carácter vivo que tiene toda enseñanza. Planificar no es preverlo todo, sino dejar margen para lo imprevisible, para lo que emerge en la interacción con los estudiantes, para lo que todavía no sabemos qué va a pasar. Cuando algo no resulta como lo esperamos, se abre la puerta a una pregunta poderosa: ¿por qué no funcionó? Esa pregunta no busca señalar fallos, sino encontrar pistas para mejorar la próxima vez.
En la planificación, el error también puede anticiparse. Podemos suponer dónde podría haber dificultades, qué parte de la consigna podría generar confusión, qué conceptos tal vez no estén suficientemente afianzados. Y eso no significa pensar solo en los errores de los estudiantes, sino también en los propios. Porque también nos equivocamos al elegir un texto, al imaginar una consigna, al calcular los tiempos. Y está bien. Lo importante no es evitar el error a toda costa, sino usarlo como señal, como alerta, como brújula que nos orienta hacia decisiones más acertadas.
Cuando incorporamos esta mirada en nuestra práctica, cambia también la manera en que acompañamos a quienes aprenden. Enseñar desde la aceptación del error como parte del proceso es enseñar con más apertura. Es construir un aula donde la equivocación no genera miedo, sino ganas de volver a intentar. Una planificación que deja lugar al error es una planificación flexible, realista, que contempla los desvíos sin perder el rumbo.
El error, entonces, no es un enemigo de la planificación. Es una oportunidad. Es una invitación a pensar mejor, a observar más, a escuchar lo que el aula nos devuelve. Es un llamado a salir del automatismo, a revisar nuestras certezas, a probar otras formas. En definitiva, es una herramienta que, si sabemos leerla, puede hacernos crecer como docentes.
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