Por: Maximiliano Catalisano
Hay un momento en el que la planificación se vuelve a abrir. Ya no como una hoja en blanco, sino como un espacio para volver a mirar lo vivido, lo que funcionó, lo que puede cambiar. Planificar no termina cuando la clase comienza. Al contrario, es después del aula cuando ese guión cobra otro sentido, porque se pone a prueba con las voces de los estudiantes, sus tiempos, sus respuestas, sus silencios. Por eso, revisar la planificación es parte del proceso de enseñar: un ida y vuelta constante que alimenta la mejora continua.
Pensar la planificación como algo dinámico implica romper con la idea de que es un documento cerrado. Es más bien un punto de partida, una guía flexible que necesita ser ajustada a medida que se desarrolla. A veces lo planificado resulta tal cual se esperaba, pero muchas otras veces hay que modificar sobre la marcha, porque el grupo avanza a un ritmo distinto, porque surgen intereses inesperados, porque aparecen obstáculos que no se habían previsto. En ese caso, revisar no es un fracaso, es una oportunidad de aprender sobre nuestra propia práctica.
El momento de revisión puede suceder durante o después de la clase. Puede ser individual, en solitario, o compartido en equipo. Implica detenerse un momento y preguntarse: ¿Qué salió bien? ¿Qué necesito cambiar? ¿Qué aspectos funcionaron y por qué? ¿Qué parte de la propuesta no generó el impacto esperado? Estas preguntas ayudan a volver sobre el diseño original con una mirada más rica, más anclada en la realidad.
Ajustar una planificación no siempre requiere grandes transformaciones. A veces basta con pequeños cambios en la consigna, en el tiempo asignado, en los materiales o en el tipo de agrupamiento. Otras veces, el ajuste puede ser más profundo, como repensar los objetivos o cambiar la secuencia didáctica. En cualquiera de los casos, lo importante es mantener una actitud abierta a la revisión, entendiendo que planificar también es aprender.
Cuando la planificación se concibe como proceso, gana profundidad. Deja de ser una obligación administrativa para convertirse en una herramienta de reflexión y crecimiento. Revisar no es empezar de cero, sino capitalizar lo vivido para mejorar la experiencia de enseñanza y aprendizaje. Es un ejercicio que fortalece la práctica docente porque invita a mirar, escuchar, pensar y volver a intentar.
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