Por: Maximiliano Catalisano
Cada vez son más los estudiantes que transitan su vida escolar sintiendo un peso invisible que los acompaña todos los días. Exámenes, tareas, presión por rendir, problemas personales, redes sociales, demandas familiares y un ritmo acelerado de vida hacen que el estrés y la ansiedad aparezcan con frecuencia en sus historias. La escuela, además de enseñar contenidos, puede convertirse en un espacio donde aprender a gestionar las emociones sea parte del recorrido educativo. Porque saber calmar la mente es una herramienta tan valiosa como cualquier otro saber.
El primer paso es poder hablar del tema. El silencio o la negación solo hacen que el malestar crezca. Cuando en el aula se habilitan espacios para poner en palabras lo que sienten, los estudiantes descubren que no están solos y que sus emociones son compartidas por muchos otros. Escuchar, validar y ofrecer contención ya es un primer alivio.
Existen muchas estrategias simples que pueden incorporarse en la vida escolar para reducir el estrés y la ansiedad. Los ejercicios de respiración consciente son una herramienta accesible y poderosa. Dedicar unos minutos para inhalar y exhalar de manera controlada permite que el cuerpo y la mente se relajen. Lo mismo ocurre con las pausas activas, pequeños momentos para estirarse, moverse o simplemente cambiar de postura.
La organización también es fundamental. La ansiedad muchas veces nace de la incertidumbre o de sentir que hay demasiado por hacer y poco tiempo. Enseñar a planificar, usar agendas, organizar tareas o dividir los trabajos por etapas permite ordenar las ideas y recuperar el control.
Otro recurso muy valorado es promover hábitos saludables. Dormir bien, alimentarse correctamente, tener tiempo libre, hacer actividad física o disfrutar de hobbies son aspectos que ayudan a regular el estado emocional. No se trata de imponer rutinas perfectas, sino de mostrar cómo pequeñas acciones cotidianas pueden sumar bienestar.
En algunos casos, las técnicas de relajación o meditación pueden tener un espacio en la escuela. A través de cuentos, música suave, visualizaciones o momentos de silencio guiado, los estudiantes pueden incorporar nuevas maneras de conectar con la calma.
El acompañamiento de los adultos es clave. Estar atentos a las señales de estrés, ofrecer escucha activa y, si es necesario, derivar a profesionales, muestra a los estudiantes que no tienen que resolver todo solos. La escuela puede ser ese lugar seguro donde no solo se aprende matemática o historia, sino también a cuidar la mente y las emociones.
Aprender a gestionar el estrés y la ansiedad no es eliminar por completo esas emociones. Es saber reconocerlas, entenderlas y tener recursos para atravesarlas de una mejor manera. Porque enseñar a sentirse bien también es enseñar a vivir mejor.