Por: Maximiliano Catalisano

El movimiento es parte esencial del desarrollo infantil y juvenil, pero sus beneficios van mucho más allá de lo físico. Cada vez más estudios demuestran que la actividad física tiene un impacto positivo en el bienestar emocional, ayudando a reducir el estrés, mejorar el estado de ánimo y fortalecer la confianza en uno mismo. En un mundo donde las pantallas ocupan gran parte del tiempo libre de los más jóvenes, promover el ejercicio no solo es una necesidad, sino también una oportunidad para mejorar su calidad de vida.

El juego activo y la práctica deportiva contribuyen a liberar tensiones y canalizar la energía de manera saludable. La actividad física favorece la producción de endorfinas, sustancias que generan sensaciones de bienestar y reducen la ansiedad. Esto es especialmente importante en la infancia y la adolescencia, etapas en las que las emociones pueden ser difíciles de gestionar.

Además de los beneficios emocionales, el ejercicio tiene un impacto positivo en la capacidad de concentración y en el rendimiento académico. Mueva mejora el flujo sanguíneo en el cerebro, lo que facilita el aprendizaje y la memoria. Los niños y adolescentes que realizan actividad física con frecuencia suelen mostrar mayor motivación y mejor capacidad para resolver problemas.

El deporte en equipo, por otro lado, refuerza las habilidades sociales clave. Aprender a trabajar con otros, respetar turnos y asumir responsabilidades dentro de un grupo ayuda a desarrollar la empatía y la confianza en las propias capacidades. Estas experiencias no solo fortalecen las relaciones interpersonales, sino que también contribuyen a una autoestima más sólida.

Para que estos beneficios sean realmente significativos, es importante que el ejercicio se convierta en un hábito y no en una obligación. La clave está en encontrar actividades que resultan atractivas y adaptadas a los intereses de cada niño adolescente o. Bailar, andar en bicicleta, nadar o simplemente jugar al aire libre pueden ser formas efectivas de mantenerse activo y disfrutar al mismo tiempo.

Incorporar más movimiento en la rutina diaria no requiere grandes cambios. Caminar a la escuela, jugar en el recreo o realizar pausas activas en el aula son pequeñas acciones que, con el tiempo, pueden marcar la diferencia en la salud mental y emocional de los más jóvenes. Cuando el ejercicio se convierte en un hábito cotidiano, los beneficios no solo se ven en el presente, sino que también sientan bases para un futuro más saludable.