Por: Maximiliano Catalisano
Cuando un niño cambia de nivel educativo, no solo enfrenta nuevos contenidos, sino también cambios emocionales, sociales y familiares. Pasar del nivel inicial a la primaria, o de la primaria a la secundaria, implica un movimiento profundo que va más allá del aula. Por eso, pensar en el acompañamiento como parte central de estas transiciones es una oportunidad para que el paso sea más cuidado, más tranquilo y más humano para todos los que forman parte del proceso.
En la transición de inicial a primaria, los chicos dejan atrás un entorno lúdico y personalizado para encontrarse con rutinas más estructuradas, tareas más formales y nuevos referentes adultos. Este cambio, que a veces se da por sentado, puede generar inseguridad o ansiedad si no se prepara con tiempo. Visitar las aulas, conocer a los futuros docentes, conversar sobre las diferencias entre niveles y trabajar el tema en clase puede marcar la diferencia.
Lo mismo ocurre al pasar de la primaria a la secundaria. Aquí las diferencias son aún más marcadas: los horarios cambian, los grupos se reorganizan, cada materia tiene un docente distinto y aparece la necesidad de autogestión. Muchos chicos se sienten desorientados, con miedo al fracaso o a no encajar. Por eso, planificar estrategias de acompañamiento desde sexto o séptimo grado ayuda a anticipar el cambio, a fortalecer la confianza y a que el estudiante se sienta contenido.
Las familias también necesitan formar parte de este proceso. Brindar espacios de diálogo, talleres informativos o encuentros entre niveles permite que madres, padres y cuidadores puedan canalizar sus propias dudas y acompañar mejor a sus hijos. A veces, los adultos sienten más ansiedad que los propios chicos, y eso se transmite. Cuando toda la comunidad educativa se involucra, el cambio se vive como una continuidad, no como un salto al vacío.
Cada escuela puede construir sus propias estrategias: tutorías compartidas, proyectos Inter niveles, cuadernillos de orientación o actividades recreativas entre grados. Lo importante es que los estudiantes no sientan que empiezan de cero, sino que hay un puente que los acompaña y los espera.
Pensar las transiciones como parte del proyecto institucional, trabajarlas colectivamente y darles un lugar en la planificación anual no es un gasto de tiempo. Es una inversión en bienestar, en aprendizajes sostenidos y en trayectorias más armónicas.