Por: Maximiliano Catalisano
Hay frases que tienen el poder de hacernos pensar y cambiar la forma en que miramos a los demás. “La clave para una comunicación inclusiva es poner el énfasis en la persona, no en la discapacidad” es una de esas frases que deberían habitar todos los espacios educativos, laborales y sociales. No se trata solo de usar las palabras correctas, sino de entender que cada persona es mucho más que una condición o un diagnóstico. La comunicación verdaderamente humana comienza cuando miramos a los otros desde sus posibilidades, sus historias, sus deseos y sus capacidades.
Durante mucho tiempo, las personas con discapacidad fueron definidas exclusivamente por aquello que no podían hacer. Las palabras y los discursos estaban centrados en sus limitaciones y no en sus potencialidades. Hoy sabemos que esta mirada resulta reducida y que no ayuda a construir una sociedad más respetuosa y empática. Por eso, la comunicación inclusiva propone un cambio profundo: no es hablar de la discapacidad como un rasgo que define a la persona, sino entender que se trata solo de una característica más dentro de su identidad.
El lenguaje tiene un enorme poder. No solo nombra el mundo, también lo construye. Las palabras que elegimos al comunicarnos con otras personas reflejan cómo las vemos, cuánto las respetamos y qué lugar les damos en la conversación. Hablar con respeto es, antes que nada, hablar desde el reconocimiento de la dignidad de cada ser humano.
En la escuela, en el trabajo, en la vida cotidiana, es fundamental preguntarnos cómo estamos nombrando a las personas. ¿Las presentamos por lo que les falta o por todo lo que son? ¿Las describimos por una condición o las valoramos por su historia y su ser completo? Este cambio en el lenguaje no es solo una cuestión formal. Es un gesto que abre puertas, que construye cercanía y que permite vínculos más auténticos.
Poner el énfasis en la persona, es decir, por ejemplo, “persona con discapacidad” y no “discapacitado”. Es hablar de alguien con autismo, y no de un “autista” como etiqueta totalizadora. Es recordar que una condición no define lo que alguien siente, sueña o desea. Es darle a cada ser humano la oportunidad de ser escuchado desde lo que es y no desde lo que otros suponen de él.
La comunicación inclusiva no es un simple cambio de palabras. Es una manera de mirar, de estar, de vincularse. Es la invitación a construir conversaciones donde nadie quede afuera, donde todos se sientan parte y donde el respeto no sea solo un valor abstracto, sino una práctica diaria y concreta.