Por: Maximiliano Catalisano

Planificar también puede ser un acto de invención. Una forma de imaginar, de crear escenarios posibles, de construir caminos que aún no existen. En vez de pensarse como una tarea burocrática o meramente organizativa, la planificación puede convertirse en un espacio donde los docentes ponen en juego su capacidad para pensar otras formas de enseñar, otros modos de conectar saberes, otras maneras de provocar preguntas. Planificar, cuando se hace con intención y deseo, es un gesto creativo que transforma la enseñanza.

En ese gesto hay algo que se anima a romper con la rutina. Que busca nuevas rutas para llegar al mismo destino, o incluso se atreve a proponer destinos diferentes. Planificar de manera creativa implica abrirse al juego, a la posibilidad de que algo distinto ocurra en el aula. No se trata de improvisar, sino de diseñar con sensibilidad, de componer propuestas que no estén hechas en serie ni copiadas de otro lado. Se trata de imaginar experiencias de aprendizaje con textura propia.

El acto de planificar creativamente se alimenta de múltiples fuentes: los intereses del grupo, las conversaciones informales que se dan en clase, las noticias del mundo, las obras de arte, las dudas que persisten. Un docente que planifica con creatividad está atento a lo que pasa alrededor y lo transforma en oportunidad pedagógica. Es capaz de mirar más allá del formato, de escuchar lo que no está dicho, de leer entre líneas los silencios de sus estudiantes.

Además, pensar la planificación como acto creativo permite mover las estructuras, salir de la linealidad, conectar disciplinas, jugar con los tiempos y diseñar propuestas que dejen huella. Es una forma de ponerle voz propia al trabajo docente, de dejar una marca que no está en el contenido solamente, sino en el modo en que ese contenido cobra vida en el aula. Esa creatividad no requiere grandes recursos ni tecnologías sofisticadas: requiere sensibilidad, pensamiento crítico, capacidad de asociar ideas y una dosis de valentía para animarse a lo distinto.

Cuando los docentes planifican con creatividad, se nota. Las clases tienen ritmo, los estudiantes participan con ganas, los temas se entrelazan de manera inesperada. Hay espacio para la pregunta, para la duda, para la exploración. El aula se convierte en un lugar donde vale la pena estar. Y todo eso empezó en ese momento silencioso y poderoso en que alguien se sentó a pensar, con lápiz y papel, cómo enseñar.

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