Por: Maximiliano Catalisano

Un dato reciente encendió una alarma en las escuelas: el 11,6% de los alumnos de tercer grado recién se está iniciando en la lectura de textos simples. Esta cifra refleja una realidad que no puede pasarse por alto, porque leer no es solo una habilidad académica, sino una puerta de entrada a todo lo demás. Cuando un niño o niña no logra comprender lo que lee, se le cierran muchas oportunidades dentro y fuera del aula. Por eso, más allá de los números, lo importante es pensar qué podemos hacer desde nuestro rol para revertir esta situación desde lo cotidiano.

La lectura no se resuelve con más tareas o evaluaciones. Necesita tiempo, acompañamiento, y propuestas que conecten con la vida de los estudiantes. Es fundamental que los docentes cuenten con información clara sobre en qué etapa se encuentra cada alumno, para poder intervenir de manera oportuna. Un chico que aún no puede reconocer sílabas necesita algo distinto a quien ya decodifica, pero no comprende lo que lee. Esa diferencia es clave para avanzar.

También resulta importante generar espacios de lectura compartida, sin apuro ni presiones. Volver a leer en voz alta, conversar sobre lo leído, elegir textos que emocionen o hagan reír. A veces, recuperar el placer de leer es más transformador que cualquier método estructurado. Las bibliotecas escolares, los proyectos de lectura familiar y las actividades que cruzan lenguajes (como leer y dibujar, leer y actuar, leer y jugar) abren caminos inesperados.

Otro aspecto a tener en cuenta es la continuidad. No alcanza con una hora de lengua por día. La lectura debe estar presente en todas las áreas, como una práctica transversal. Leer un problema de matemática, seguir instrucciones en ciencias o buscar información para un proyecto de sociales también ayuda a desarrollar comprensión lectora. Cuanto más se lea con sentido, más se avanza.

Y, sobre todo, hay que evitar etiquetar a quienes todavía están en proceso. La mirada del adulto hace una diferencia enorme. La confianza que transmitimos, el respeto por los tiempos de cada uno y las estrategias creativas pueden marcar un punto de inflexión. Hoy más que nunca, enseñar a leer es una tarea compartida que merece atención, formación y compromiso.