Por: Maximiliano Catalisano

El mundo cambia cada vez más rápido y con él también cambian las formas de trabajar, de comunicarse y de construir conocimiento. Los estudiantes que hoy atraviesan la escuela necesitarán herramientas distintas para desenvolverse en escenarios aún inciertos, donde lo predecible es la transformación constante. Por eso, preguntarse qué habilidades del futuro deben formar parte de las aulas ya no es una inquietud lejana, sino una necesidad cotidiana para quienes enseñan.

Más allá de los contenidos tradicionales, hay competencias que se vuelven cada vez más valiosas: aprender a aprender, adaptarse a nuevas situaciones, resolver problemas que no tienen una única respuesta, comunicar con claridad en múltiples formatos, y colaborar con otros más allá de las diferencias. También resulta clave que los estudiantes desarrollen pensamiento crítico para distinguir información relevante, creatividad para generar ideas nuevas y autonomía para tomar decisiones con responsabilidad.

El dominio de herramientas digitales también ocupa un lugar importante, no como un fin en sí mismo, sino como medio para acceder al conocimiento, producir contenido, participar activamente y conectarse con el mundo. No se trata solo de saber usar aplicaciones, sino de comprender cómo funciona el entorno digital, cómo proteger los propios datos y cómo desenvolverse en entornos virtuales de forma respetuosa y segura.

Otra habilidad esencial para el futuro es la gestión emocional. Poder identificar las propias emociones, regularlas y expresar lo que se siente con claridad son aprendizajes tan importantes como cualquier contenido escolar. El futuro exigirá personas que sepan trabajar en equipo, resolver conflictos, empatizar y construir entornos de convivencia más sanos.

Incluir estas habilidades en las propuestas escolares no implica dejar de lado lo académico. Por el contrario, se trata de integrarlas para que tengan sentido y ayuden a los estudiantes a apropiarse del conocimiento de manera activa, significativa y conectada con su realidad. A veces alcanza con pequeños ajustes: formular preguntas más abiertas, proponer desafíos reales, abrir espacios de reflexión o invitar a los alumnos a tomar decisiones sobre su aprendizaje.

Preparar a los estudiantes para el futuro no requiere fórmulas mágicas ni dispositivos sofisticados. Requiere mirar el presente con atención, entender cómo aprenden y ofrecer oportunidades para que puedan descubrir quiénes son, qué los apasiona y cómo pueden aportar al mundo que los rodea.