Por: María Gabriela Müller
Imaginemos esto: un adolescente acusado de asesinato, una escuela desbordada, docentes que no saben qué hacer, y una mamá que dice: «Yo pensé que estaba seguro en su habitación». Así arranca “Adolescencia”, una serie británica que más que contar una historia sobre chicos, nos interpela sobre el lugar que ocupamos los adultos hoy.
Gabriel Brener, especialista en educación, lo dijo sin vueltas en una charla realizada hace pocos días en la Feria del Libro: «La serie no trata de la adolescencia, trata del mundo adulto. Y de su falta.» Fuerte, ¿no? Pero cuando lo pensamos un poco, tiene sentido. Porque más allá de lo que pasa con Jamie, el chico de 13 años que se vuelve protagonista de un drama policial, lo verdaderamente perturbador es la ausencia de adultos presentes, atentos, disponibles.
Los docentes: ¿impotentes o desbordados?
En la serie, los profesores quedan mal parados. Se los muestra impotentes, como si no supieran ni por dónde empezar. Y sí, es una visión incómoda, pero nos obliga a pensar: ¿cuántas veces en la vida real la escuela queda sola frente a situaciones que la desbordan? ¿Qué tan preparados están los docentes ante los nuevos desafios?Por suerte, como dice Brener, en nuestro país “hay muchas escuelas con docentes que se hacen cargo, que están, que escuchan, que abrazan”. Pero no es suficiente con que existan. Necesitamos que estén fortalecidos, acompañados, con tiempo y condiciones para realmente sostener. La escuela no puede por sí sola.
Pantallas, soledad y simulaciones de cuidado
La mamá de Jamie confiesa que sentía que su hijo estaba seguro en su cuarto, con la puerta cerrada y el celular en la mano. Algo muy cotidiano, muy del día a día. Pero ahí está el punto: creemos que hay cuidado cuando hay control, que hay presencia cuando hay WiFi. Y no. Lo que muchas veces hay es una ilusión de protección, una simulación de cuidado, como dice Brener.
Porque no se trata de demonizar a las pantallas (cada época tuvo su “tecnología villana”), sino de reconocer que hay un vacío adulto, una falta de diálogo genuino, de escucha real. Y eso, más que cualquier otra cosa, es lo que deja a chicos y chicas solos frente a un mundo cada vez más vertiginoso.
La escuela como refugio y trinchera
Brener propone algo que parece sencillo, pero es profundamente revolucionario: reponer la palabra. Sí, en tiempos donde todo es rápido, urgente y efímero, hablar, frenar, escuchar, nombrar, es casi un acto de resistencia. Y ahí la escuela tiene un rol ineludible.
Porque no se trata solo de enseñar contenidos. Se trata de sostener, de poner palabras donde hay silencios, de poner límites donde hay confusión, de ofrecer tiempo donde solo hay aceleración.“Desacelerar es una tarea contracultural que puede hacer la escuela”, dice Brener. Y lo creemos profundamente.
¿Y nosotros? Padres, madres, educadores… ¿Dónde estamos?
La pregunta que sobrevuela la serie y las palabras de Brener no es sobre Jamie. Es sobre nosotros. ¿Dónde estamos los adultos? ¿Estamos disponibles, presentes, atentos? ¿O nos perdimos en la simulación de que estar cerca es lo mismo que estar conectados?
Quizás sea hora de recuperar ese pasaje entre la infancia y la adultez. No para marcar distancia, sino para ser ese refugio necesario desde donde los chicos y chicas puedan construir quiénes son.
Porque no hay adolescencia sin adultos que acompañen. Y no hay escuela sin palabra que sostenga.
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