Por: Maximiliano Catalisano

En 2025 la tecnología dejó de ser un “plus” en el aula. Hoy es parte del día a día, del modo en que los chicos aprenden, se expresan y se vinculan. Por eso, los docentes necesitan más que saber usar una computadora: requieren una serie de competencias digitales que les permitan enseñar, acompañar y también cuidarse en un entorno cada vez más conectado. Esta transformación no es solo técnica, también es pedagógica, ética y cultural.

En este nuevo escenario, una competencia clave es la alfabetización digital. No se trata solo de conocer herramientas, sino de poder enseñar con ellas, decidir cuándo usarlas, por qué y para qué. Plataformas educativas, editores colaborativos, recursos interactivos, entornos virtuales: todos estos elementos forman parte del repertorio docente, y dominarlos permite ampliar las propuestas y llegar a más estudiantes de distintas maneras.

Otra competencia fundamental es la gestión de la información. Navegar en internet implica filtrar, seleccionar, comparar fuentes y saber qué compartir. En tiempos de sobreinformación, enseñar a distinguir lo confiable de lo falso se volvió una tarea urgente. Y eso requiere docentes con pensamiento crítico, capaces de leer más allá del titular, de invitar a sus estudiantes a cuestionar, a investigar y a producir contenido propio.

La creación de contenidos digitales también es un campo que crece. No alcanza con replicar lo analógico en una pantalla: hace falta diseñar experiencias de aprendizaje auténticas, dinámicas, visuales, que motiven. Para eso, muchos docentes se animan a crear podcasts, videos breves, infografías o recorridos virtuales. Estas prácticas potencian la enseñanza y, al mismo tiempo, desarrollan nuevas habilidades en quienes las diseñan.

Por último, pero no menos importante, está el cuidado del bienestar digital. Saber cómo proteger los datos personales, cómo fomentar un uso saludable de la tecnología, cómo enseñar normas de convivencia en línea. Todo eso también forma parte del trabajo docente. Y en 2025, donde la frontera entre lo real y lo virtual es cada vez más delgada, este tipo de habilidades cobra un valor incalculable.

Formarse en competencias digitales no es una moda ni una obligación externa. Es una oportunidad para transformar la práctica, para ampliar posibilidades, para acompañar mejor a quienes están creciendo en un mundo digital. Es también una forma de mantener la vocación viva, de no quedarse afuera, de enseñar con las herramientas del presente.