Por: Maximiliano Catalisano

Hay algo que cambia por completo el ritmo y el clima de cualquier clase: cuando los estudiantes toman la palabra, se involucran y sienten que su voz tiene valor. No se trata solo de hacer preguntas o responder consignas. Participar activamente implica ser parte de las decisiones, aportar ideas, expresar dudas, reflexionar y construir con otros. Y todo eso empieza cuando el aula se transforma en un espacio donde se escucha de verdad.

Fomentar la participación no depende exclusivamente del contenido. Muchas veces es cuestión de cómo se presentan las propuestas, cómo se construyen los vínculos y qué canales se habilitan para que cada alumno encuentre su forma de intervenir. Para algunos será hablando en una puesta en común, para otros escribiendo en un muro colaborativo, compartiendo una experiencia personal o incluso proponiendo un cambio en la dinámica.

Las herramientas digitales ofrecen oportunidades concretas para amplificar la voz estudiantil. Aplicaciones como Mentimeter, Padlet o Jamboard permiten que todos participen al mismo tiempo, con ideas visibles para el grupo y sin necesidad de exponerse oralmente. También se puede invitar a los alumnos a diseñar actividades, elegir temas de investigación o definir criterios de evaluación junto al docente. Esto los vuelve protagonistas reales del aprendizaje.

Otra forma poderosa de impulsar la participación es a través de proyectos donde tengan un rol activo y visible. Ya sea armando una campaña, produciendo un podcast, elaborando una revista digital o realizando entrevistas, la clave está en conectar los contenidos con sus intereses, con lo que pasa fuera de la escuela y con aquello que los interpela.

Es importante recordar que no todos los estudiantes se animan al principio. Por eso, generar confianza, establecer acuerdos y respetar los tiempos de cada uno es fundamental. Escuchar sus propuestas, responder con respeto y mostrar que sus ideas influyen en lo que sucede en clase es el motor para que se animen cada vez más.

Cuando logran sentirse parte, el aula se vuelve un espacio de intercambio genuino. Y eso se nota: crece el compromiso, mejora la convivencia y se fortalece el vínculo entre docentes y estudiantes. No se trata de darles todo resuelto ni de dejar el rumbo al azar. Se trata de construir con ellos, de abrir caminos donde la participación deje de ser una excepción y se vuelva la forma natural de aprender.