Por: Maximiliano Catalisano

Las aulas son cada vez más diversas. En un mundo donde las migraciones, las raíces culturales y las identidades múltiples forman parte de la vida cotidiana, la escuela tiene el desafío de generar espacios en los que todos los estudiantes se sientan parte. La interculturalidad no es solo un contenido dentro del currículo, sino una perspectiva que atraviesa la enseñanza, el aprendizaje y la convivencia escolar.

Incorporar la interculturalidad en la educación significa reconocer y valorar la diversidad de tradiciones, lenguas y saberes que cada estudiante trae consigo. Esto no solo favorece el respeto y la integración, sino que también enriquece el proceso de enseñanza. Aprender de otras culturas permite ampliar la mirada, derribar prejuicios y fortalecer el diálogo.

El rol de los docentes es fundamental para promover experiencias que reflejen la diversidad y generen espacios de encuentro. Trabajar con textos de distintos orígenes, incorporar lenguas maternas de los estudiantes y celebrar fechas culturales relevantes son algunas estrategias para construir un aula más inclusiva. A su vez, es importante generar instancias de reflexión sobre la discriminación, el racismo y la xenofobia, fomentando el respeto por las diferencias.

Las familias también juegan un papel clave. Involucrarlas en proyectos escolares que reflejen la diversidad cultural fortalece los lazos entre la comunidad educativa y permite compartir saberes desde múltiples perspectivas. La escuela no solo debe enseñar sobre interculturalidad, sino vivirla en cada una de sus prácticas diarias.

Fomentar la interculturalidad en las aulas es apostar por una educación donde todas las voces sean escuchadas y valoradas. Construir una escuela donde la diversidad sea una oportunidad y no un obstáculo es el camino para una sociedad más justa e inclusiva.