Por: Maximiliano Catalisano
Hay algo transformador en detenerse a observar no solo qué aprendieron los estudiantes, sino cómo lo hicieron. Mirar el progreso más allá del resultado permite reconocer trayectorias, dar valor al esfuerzo, y repensar lo que entendemos por enseñar y aprender. Las evidencias de aprendizaje no siempre son visibles a simple vista. A veces están en una respuesta escrita, pero otras veces se esconden en una pregunta inesperada, una estrategia nueva, una conexión que antes no aparecía. Por eso, aprender a reconocerlas es parte del desafío docente.
Las evidencias no son solo productos terminados. En los Pueden ser registros, grabaciones, esquemas, conversaciones, fotografías de procesos, carpetas en construcción o producciones colectivas. Lo importante es que esas huellas permitan dar cuenta de cómo avanza el pensamiento, cómo se construye el conocimiento, cómo cambia la mirada de los estudiantes a medida que participan en situaciones significativas. Y ahí está lo interesante: que la evaluación no quede limitada a una nota o un examen, sino que sea un registro continuo del desarrollo.
Identificar estas evidencias requiere que el docente esté atento, pero también que genere oportunidades para que aparezcan. Un proyecto bien planteado, una consigna abierta, una tarea que habilite la creatividad y el intercambio pueden multiplicar las formas de expresión del aprendizaje. Si se abren caminos diversos, también se amplían las maneras de evidenciar lo que se sabe, lo que se intuye, lo que se intenta.
Además, estas evidencias pueden usarse no solo para evaluar, sino también para ajustar la enseñanza. Si algo no se comprendió del modo esperado, si un grupo se anticipó a ciertos contenidos o si surgió una idea que merece ser explorada, esa información puede guiar nuevas decisiones. Así, las evidencias se transforman en puentes entre la planificación y lo que sucede realmente en el aula.
Por eso, no se trata de buscar “pruebas” para justificar una calificación, sino de construir una mirada pedagógica que valore los procesos, las preguntas, los intentos. Cada evidencia es una pista. Y seguir esas pistas nos acerca a comprender mejor cómo aprende cada estudiante, y cómo podemos acompañarlo de forma más cercana y genuina.