Por: Maximiliano Catalisano

Cuando un conflicto escolar llega a casa, muchas veces se instala el desconcierto. ¿Qué hacer? ¿Intervenir? ¿Esperar? ¿Confiar en la escuela o tomar cartas en el asunto? Las situaciones que involucran roces entre compañeros, desencuentros con docentes o malentendidos en la convivencia escolar pueden generar angustia en las familias y, al mismo tiempo, son una oportunidad para educar en casa. Porque el conflicto no siempre es un problema a evitar; también puede ser una posibilidad para crecer.

Acompañar a los hijos cuando atraviesan dificultades en la escuela requiere una presencia activa, sin sobreproteger ni juzgar de antemano. Escuchar con atención, sin apresurarse a tomar partido, es el primer paso para comprender la dimensión del conflicto. Muchas veces, lo que en un primer momento parece una injusticia termina siendo un malentendido, o incluso una oportunidad para que el estudiante aprenda a defender sus ideas con respeto y a convivir con la diferencia.

La participación de las familias no se trata de intervenir en todas las decisiones ni de cuestionar constantemente a los docentes, sino de estar disponibles para dialogar, para acompañar los procesos emocionales que surgen y para brindar herramientas desde casa. Enseñar a pedir disculpas, a asumir responsabilidades, a expresar lo que se siente sin herir al otro, son aprendizajes que también se construyen en el entorno familiar. El hogar no es solo un refugio, también es un espacio formativo.

Desde la escuela, se valora cada vez más a aquellas familias que, lejos de imponer su visión, se acercan con preguntas, con predisposición al diálogo y con una mirada empática. Cuando la familia y la institución educativa pueden compartir información y construir una estrategia común, los conflictos tienden a resolverse de mejor manera. La colaboración entre adultos, aunque no siempre piense igual, transmite a los chicos un mensaje claro: lo importante es escucharse, comprenderse y buscar salidas posibles.

Los conflictos, cuando son abordados con respeto y cuidado, no desestabilizan; enseñan. Y si hay algo que puede marcar la diferencia, es que tanto la escuela como la familia trabajen en la misma dirección: no para evitar los problemas, sino para enseñar a atravesarlos.