Por: Maximiliano Catalisano

El boletín sigue siendo el documento más visible del recorrido escolar, pero quedarse únicamente con lo que dice ese papel es perder de vista gran parte del camino. Detrás de cada número hay intentos, desafíos, aprendizajes invisibles y pequeños logros que no siempre se reflejan en una calificación. Por eso, cada vez más docentes y familias se preguntan qué otros indicadores pueden ayudarnos a comprender mejor el desarrollo integral de los estudiantes.

Observar más allá del boletín implica prestar atención a lo que sucede en las clases, en los proyectos, en las intervenciones orales, en las dudas que se animan a expresar o en las ideas que surgen al trabajar en grupo. También incluye esos momentos en los que un alumno se supera, toma iniciativa o muestra compromiso en algo que antes le resultaba difícil. Esas señales, aunque no tengan una nota escrita, hablan tanto como cualquier número.

Además, el boletín ofrece una mirada puntual, pero la educación es un proceso. Cambios pequeños a lo largo del tiempo pueden ser más significativos que una calificación estable. Es importante habilitar espacios de conversación con los alumnos para que ellos mismos puedan reflexionar sobre lo que aprendieron, lo que les interesa y cómo se sintieron en diferentes momentos del ciclo lectivo.

En este sentido, las carpetas de producción, las autoevaluaciones y los registros narrativos ofrecen una riqueza que va mucho más allá del boletín. Permiten ver el trayecto recorrido, no solo el punto de llegada. Son herramientas que invitan a compartir con las familias otro tipo de logros, menos cuantificables, pero igual de valiosos.

También es necesario revisar qué valor le damos al boletín desde la escuela. Si se transforma en el único objetivo, puede generar presiones innecesarias y ocultar el sentido real del aprendizaje. En cambio, si se lo integra como una parte más de una mirada más amplia, gana sentido y deja de ser motivo de angustia.

Revalorizar lo cotidiano, lo que no siempre se ve, pero forma parte de la construcción del saber, es una manera de humanizar la experiencia educativa. Porque no todo se mide con números. Y porque cuando reconocemos lo que no entra en una nota, también estamos acompañando mejor el crecimiento de cada estudiante.