Por: Maximiliano Catalisano
¿Y si enseñar fuera más que transmitir contenidos? ¿Y si el aula se transformara en un espacio donde pensar se vuelve parte del hábito diario? Las rutinas de pensamiento invitan a eso: a crear una cultura donde cada estudiante no solo responde, sino que se detiene, explora, pregunta, conecta y construye ideas propias. Son estrategias sencillas, repetibles y potentes que dan estructura a la reflexión, y que se pueden aplicar desde el nivel inicial hasta la secundaria sin necesidad de materiales complejos.
Las Thinking Routines nacieron en el Proyecto Cero de Harvard con un objetivo claro: ayudar a que el pensamiento deje de ser invisible. No se trata de enseñar más, sino de enseñar de otra manera. En lugar de respuestas inmediatas, se valora la pausa. En lugar de memorizar, se fomenta la comprensión. Cada rutina tiene una estructura breve y fácil de recordar, lo que permite integrarlas en cualquier momento de la clase, ya sea al comienzo para activar conocimientos previos, durante para explorar una idea o al cierre para revisar aprendizajes.
Una de las más conocidas es “veo, pienso, me pregunto”, que promueve la observación atenta, la interpretación y la formulación de preguntas. También existen otras como “antes pensaba / ahora pienso”, que ayuda a visibilizar cómo cambió una idea después de una experiencia. Estas estrategias no se centran en una sola materia: pueden aplicarse en Ciencias, en Arte, en Lengua o en Educación Ciudadana. El foco está puesto en el pensamiento como proceso compartido.
Al utilizarlas con constancia, las rutinas se vuelven parte de la cultura del aula. Los estudiantes se sienten invitados a arriesgar ideas, compartir dudas y escuchar otras perspectivas. Y los docentes, lejos de tener todas las respuestas, se convierten en quienes proponen caminos para que el pensamiento fluya. No se necesitan recursos tecnológicos ni cambiar todo el modo de enseñar. Alcanzan pequeños gestos que se repiten, hasta que pensar se vuelve tan natural como respirar.
Implementarlas también ayuda a observar cómo aprende cada estudiante. Las producciones orales o escritas que surgen permiten dar seguimiento y pensar nuevas propuestas. Además, estas rutinas fortalecen el trabajo colaborativo, el respeto por los tiempos y el desarrollo de habilidades que trascienden la escuela.
Hacer visible el pensamiento no es una moda pedagógica. Es una decisión que transforma. Porque cuando se enseña a pensar, se abre una puerta que el conocimiento solo no alcanza a cruzar.