Por: María Marta Vidas
La palabra alegría proviene del latín “alicer” o “alecris” que significa “vivo y animado.” La alegría suele exteriorizarse con sonrisas, un buen estado de ánimo y con bienestar personal. Hacer las cosas con alegría, da excelentes resultados y evita el estrés, la pesadumbre y la negatividad.
Filósofos contemporáneos como Nietzsche o Bergson, aseguraron que la alegría es la capacidad de superar la existencia y del resultado de logros.
Educar en la alegría no sólo es un ideal poético, sino una estrategia pedagógica con profundas raíces en la psicología positiva y en las experiencias transformadoras de aprendizaje. Este enfoque, que encuentra eco en autores como el pedagogo brasileño Rubem Alves y el filósofo español José Antonio Marina, plantea que la educación puede ser un proceso gozoso, cargado de significado y lleno de vida.
Rubem Alves, en su libro La alegría de enseñar, nos invita a reimaginar la labor docente como una práctica creativa y apasionada. Según Alves, la enseñanza no debe limitarse a la transmisión de conocimientos, sino que debe ser un acto que despierte curiosidad, maravilla y entusiasmo en los estudiantes. La alegría en el aula no se trata de una euforia superficial, sino de un estado profundo de bienestar que surge al descubrir el placer del aprendizaje y al conectar con los demás desde la autenticidad.
Por su parte, José Antonio Marina ha reflexionado sobre cómo las emociones son esenciales en el proceso educativo. Según él, la alegría fomenta la apertura y la disposición para aprender, permitiendo que los estudiantes enfrenten los retos con resiliencia y motivación. Marina sostiene que una educación basada en la alegría no ignora las dificultades, sino que ofrece herramientas emocionales y sociales para afrontarlas de manera constructiva.
La alegría en la educación no significa ausencia de disciplina o esfuerzo; al contrario, implica un compromiso por parte de docentes y estudiantes para convertir el aprendizaje en una experiencia que nutra la creatividad y las emociones.. Un ambiente educativo alegre se caracteriza por la creatividad, el humor, la empatía y el reconocimiento de los logros, grandes o pequeños. En este contexto, el error deja de ser una fuente de vergüenza y se transforma en una oportunidad para crecer.
En conclusión, educar en la alegría no es una utopía, sino una posibilidad tangible que requiere compromiso, creatividad y pasión. Como dice Rubem Alves, «la alegría no está en las cosas, sino en nosotros». Transformar el aula en un espacio de alegría no solo mejora la calidad educativa, sino que contribuye a formar seres humanos más plenos, resilientes y conscientes de su potencial para cambiar el mundo. La educación en la alegría, en última instancia, es un acto de amor y esperanza.
La alegría hay que llevarla a la cotidianidad. Hay que elegirla. Y elegirla con consciencia
Defensa de la alegría
Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.
Mario Benedetti