Por: Maximiliano Catalisano
Hablarle a otra persona debería ser siempre un acto genuino. Un encuentro auténtico donde las palabras, el tono de voz y los gestos nacen de lo que somos, de lo que sentimos y de la manera en que nos relacionamos con el mundo. Pero cuando se trata de interactuar con personas con discapacidad, muchas veces aparece el miedo a equivocarse, a decir algo inapropiado o a no saber cómo actuar. Ese temor suele llevar a adoptar un lenguaje forzado, un tono impostado o gestos exagerados que lejos de acercar, terminan generando distancia.
Lo más valioso que podemos ofrecerle a otra persona, tenga o no discapacidad, es nuestra autenticidad. Ser genuinos no significa descuidar el respeto o la amabilidad, sino justamente lo contrario: es reconocer al otro como un igual y darle la oportunidad de conocernos tal como somos. Hablar desde nuestra propia voz, con nuestras palabras, con nuestros gestos habituales, es la mejor manera de construir un vínculo sincero.
Cada persona tiene su propio estilo de comunicación. Algunos son más formales, otros más afectuosos, algunos prefieren el humor, otros la seriedad. Lo importante al interactuar con alguien con discapacidad no es cambiar quiénes somos, sino estar atentos, observar, preguntar si hace falta y, sobre todo, escuchar con respeto. En la comunicación, el tono de voz habla tanto como las palabras. Un tono que transmite calma, cercanía y confianza puede hacer la diferencia entre una conversación incómoda y un momento de verdadero encuentro.
Los gestos también son un lenguaje poderoso. Mirar a los ojos, sonreír de manera natural, acompañar las palabras con expresiones sinceras, demuestra interés y respeto. No hace falta sobreactuar ni exagerar las expresiones. Lo esencial es mostrarse disponible, atento y abierto al diálogo.
Cuando hablamos con una persona con discapacidad, es importante recordar que no estamos hablando con su discapacidad, estamos hablando con una persona. Alguien que merece ser tratado con naturalidad, sin lástima, sin sobreprotección, pero también sin frialdad ni distancia. La clave está en tratar al otro como nos gustaría ser tratados: con respeto, con humanidad y desde lo más auténtico de nuestro ser.
En definitiva, comunicarnos desde lo que somos, con nuestro propio lenguaje, nuestro tono de voz habitual y nuestros gestos espontáneos, es un puente directo hacia la confianza y el respeto mutuo. Es desde ahí, desde ese lugar genuino, donde nacen los vínculos más verdaderos.