Por: Maximiliano Catalisano
En muchas escuelas suele repetirse la misma escena año tras año: los mejores promedios de la clase son alcanzados por un grupo reducido de estudiantes. Esto genera admiración, pero también cierta distancia con el resto, que observa desde afuera cómo los reconocimientos parecen reservados para unos pocos. La pregunta es inevitable: ¿cómo hacer para que esa valoración del rendimiento académico no quede siempre en manos de los mismos? La respuesta no es sencilla, pero abre un debate necesario sobre el sentido de premiar y sobre el valor que tienen los distintos tipos de aprendizaje que conviven en un aula.
El reconocimiento escolar tradicional se apoya casi exclusivamente en las calificaciones. Los promedios más altos surgen de evaluaciones que premian memoria, orden, responsabilidad y constancia. No hay duda de que estas cualidades son valiosas, pero no abarcan toda la riqueza de las habilidades que los alumnos ponen en juego día a día. Al centrarse solo en este tipo de resultados, se corre el riesgo de invisibilizar otros logros que también son importantes para la formación integral de los estudiantes.
Qué hay detrás de los mejores promedios
Los estudiantes que año tras año obtienen las mejores calificaciones suelen tener una combinación de hábitos de estudio sólidos, apoyo familiar constante y una buena adaptación al formato escolar. Esto no significa que aprendan más que los demás, sino que encajan de manera más natural en el sistema de evaluación vigente. El problema es que la repetición de estos resultados genera la sensación de que solo un tipo de estudiante puede aspirar a ser destacado, mientras que los demás quedan etiquetados como “promedios regulares” sin posibilidad de ser reconocidos.
Esta dinámica crea un círculo que se retroalimenta: quienes reciben premios y distinciones refuerzan su autoestima y motivación, mientras que quienes nunca acceden a esos reconocimientos pueden ir perdiendo confianza, alejándose de la idea de superarse. Lo que debería funcionar como un estímulo para todos se convierte en un escenario donde solo un pequeño grupo acumula visibilidad.
Ampliar las formas de reconocimiento
Una manera de evitar que siempre sean los mismos estudiantes quienes reciben premios es ampliar las categorías de reconocimiento. No todo tiene que girar en torno al promedio general. Se pueden valorar otras dimensiones: el esfuerzo constante, la mejora personal, la creatividad en un proyecto, la capacidad de trabajar en equipo o la disposición para ayudar a los demás.
Cuando la escuela reconoce múltiples formas de progreso, transmite un mensaje más inclusivo: todos tienen algo para aportar y todos pueden destacarse en algún aspecto. Esto no significa quitar mérito a quienes logran excelentes calificaciones, sino abrir el abanico para que el reconocimiento no quede atado únicamente a un número.
El rol de los docentes en la motivación
El docente puede ser un motor fundamental para que los alumnos sientan que tienen oportunidades de destacarse más allá de la nota final. A través de devoluciones personalizadas, de propuestas que reconozcan avances individuales y de actividades que valoren la participación, se logra que cada estudiante perciba que su esfuerzo tiene un impacto.
Además, es importante transmitir que el reconocimiento no solo se da al final del año en un diploma, sino que también aparece en el día a día, cuando un profesor resalta un comentario, aplaude un avance o confía una responsabilidad a un alumno. Estos gestos multiplican la motivación y pueden marcar la diferencia en quienes nunca aparecen en el cuadro de honor.
Involucrar a las familias y a la comunidad escolar
Para que los reconocimientos no recaigan siempre en los mismos, la escuela también puede trabajar junto con las familias y la comunidad. Los padres pueden participar en propuestas que premien el esfuerzo colectivo, como proyectos solidarios o actividades culturales. La comunidad escolar, por su parte, puede generar instancias de exhibición donde los estudiantes muestren talentos diversos: desde deportes y arte hasta ciencia o participación ciudadana.
De esta manera, los premios dejan de ser solo un número en un boletín y pasan a estar ligados a experiencias que reflejan distintas formas de aprendizaje. El resultado es que más alumnos encuentran un espacio donde sentirse valorados.
Pensar en el sentido del reconocimiento
La pregunta de fondo es para qué se reconocen los promedios. Si el único objetivo es destacar a quienes alcanzan la excelencia académica, la dinámica seguirá repitiéndose con los mismos protagonistas. Pero si se busca motivar, abrir caminos y mostrar que todos tienen la posibilidad de superarse, entonces el reconocimiento debe transformarse.
El aprendizaje es un proceso complejo y diverso. No todos aprenden al mismo ritmo ni con las mismas estrategias, y el verdadero desafío de la escuela es reconocer esa diversidad. Evitar que los mejores promedios sean siempre los mismos no implica quitar mérito a quienes los alcanzan, sino abrir oportunidades para que cada estudiante sienta que su recorrido tiene valor y que su esfuerzo también merece ser celebrado.
El cambio comienza cuando dejamos de pensar en el promedio como la única medida de éxito escolar y empezamos a mirar más allá de los números. Al hacerlo, la escuela se convierte en un espacio donde cada estudiante tiene la oportunidad de brillar, no solo unos pocos.