Por: Maximiliano Catalisano

La infancia es una etapa de exploración y descubrimiento, donde cada experiencia deja huellas en el desarrollo del cerebro. Entre todas las actividades que pueden potenciar el aprendizaje, el arte ocupa un lugar especial. Dibujar, modelar, bailar o tocar un instrumento no solo despierta la creatividad, sino que también fortalece las conexiones neuronales que influyen en la memoria, la concentración y la resolución de problemas.

La neurociencia ha demostrado que las experiencias artísticas activan múltiples áreas del cerebro al mismo tiempo. Cuando un niño pinta, por ejemplo, se estimulan las regiones encargadas de la percepción visual, la motricidad fina y la toma de decisiones. Si se trata de la música, la sincronización entre el ritmo y el movimiento favorecen la coordinación y la plasticidad cerebral, promoviendo habilidades que se trasladan a otras áreas del aprendizaje, como la lectura y el razonamiento matemático.

El arte también desempeña un papel fundamental en la regulación emocional. Crear permite a los niños expresar sentimientos y comprender mejor sus emociones. Un dibujo puede ser una vía para procesar una experiencia, mientras que el teatro les ayuda a ponerse en el lugar del otro, fortaleciendo la empatía y la confianza en sí mismos.

Incorporar el arte en la educación no solo enriquece el aprendizaje, sino que contribuye a un desarrollo más equilibrado. La experimentación con distintos materiales y técnicas fomenta la curiosidad y el pensamiento flexible, habilidades esenciales para la resolución de desafíos en la vida cotidiana.

Cada vez más investigaciones respaldan la importancia de integrar el arte en los primeros años de vida. En lugar de verlo como una actividad complementaria, es clave reconocerlo como una herramienta poderosa para el crecimiento cognitivo y emocional. Al brindar a los niños la posibilidad de crear, imaginar y explorar, se les está ofreciendo la oportunidad de construir un cerebro más activo, receptivo y preparado para el futuro.