Por: Maximiliano Catalisano

¿Se aprende mejor escribiendo a mano o interactuando con una pantalla? Esta pregunta está más vigente que nunca en tiempos donde la tecnología atraviesa todos los espacios, incluida la escuela. Lo interesante es que lejos de tener una respuesta definitiva, este debate nos invita a pensar cómo aprendemos, qué recursos usamos y qué impacto tiene cada herramienta en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Porque el tema no es elegir entre una cosa o la otra, sino entender que cada soporte tiene su valor y su función en distintos momentos del recorrido educativo.

El uso del lápiz y el papel tiene una historia larga, casi tan extensa como la de la escuela misma. Escribir a mano ayuda a la concentración, a memorizar mejor y a ejercitar la motricidad fina. Además, al escribir en papel se activa un proceso cognitivo que favorece la organización de ideas, la planificación y el desarrollo del pensamiento. Las anotaciones personales, los dibujos, los mapas conceptuales o los borradores son parte de una experiencia que conecta lo físico con lo mental y que, muchas veces, permite aprender de manera más profunda.

Por otro lado, las pantallas han transformado el modo en que accedemos al conocimiento. Internet, las aplicaciones educativas, los videos, las presentaciones interactivas y los recursos digitales multiplican las posibilidades de explorar contenidos, investigar, buscar información y crear materiales. Las pantallas permiten acceder a un mundo infinito de recursos y conectan a los estudiantes con entornos virtuales que enriquecen su aprendizaje. Pero también requieren un uso responsable, atento y con una guía que los oriente.

El desafío no está en elegir un solo camino, sino en combinar las ventajas de cada uno. Hay actividades que funcionan mejor en papel y otras que se potencian con las pantallas. Escribir a mano puede ser clave para estudiar, resumir o hacer esquemas. Pero trabajar en entornos digitales facilita la producción colaborativa, el acceso a información actualizada y la posibilidad de crear contenidos multimedia.

En este contexto, el rol docente es fundamental. Enseñar a usar el lápiz y el papel, pero también enseñar a usar las pantallas de manera inteligente. No se trata de llenar las aulas de tecnología por sí sola, ni de volver exclusivamente a los cuadernos. Se trata de diseñar propuestas que incluyan lo mejor de ambos mundos, entendiendo que lo más importante es que los estudiantes aprendan a pensar, a crear, a reflexionar y a resolver problemas, más allá de la herramienta que utilicen.

El futuro de la educación está en la integración. Las aulas del siglo XXI serán híbridas, flexibles y adaptadas a las necesidades de cada grupo. El desafío no es reemplazar un recurso por otro, sino enriquecer las experiencias de aprendizaje combinando lo tradicional y lo digital. Porque al final, lo que importa no es si se aprende mejor con lápiz o con pantalla, sino que cada estudiante encuentre su propio modo de aprender, explorar y crecer.