En el mundo actual, donde la vida parece estar llena de presiones y desafíos, es fundamental que los padres reevalúen sus estrategias de crianza para garantizar el bienestar emocional y psicológico de sus hijos. En su libro «Educar hijos felices en un mundo de locos», Tania García nos ofrece una perspectiva fresca y transformadora sobre cómo abordar las necesidades de nuestros hijos en un contexto lleno de reglas, obligaciones y expectativas. En un fragmento de su libro, la autora nos invita a reflexionar sobre la diferencia entre «límites» y «orientaciones», conceptos que pueden cambiar por completo nuestra manera de comunicarnos y educar.
El impacto de las palabras en el cerebro infantil
García subraya que las palabras tienen un poder inmenso, no solo en la forma en que nos relacionamos con nuestros hijos, sino también en el impacto que generan en su cerebro. Usar el término «límite», especialmente cuando se refiere a temas que se repiten constantemente, como el consumo de azúcar, el uso de la tecnología o la nutrición, puede generar resistencia y conflicto. El cerebro, al escuchar la palabra «límite», se pone automáticamente en alerta, activando la sensación de que algo debe ser evitado o peleado. Este enfoque puede generar tensión tanto en los padres como en los hijos.
En lugar de imponer límites, García propone utilizar el término «orientaciones». Este cambio de vocabulario no solo hace que los niños perciban las reglas de manera diferente, sino que les ofrece una guía clara y amigable hacia lo que es más saludable y beneficioso para su bienestar general.
Orientaciones: Un camino de acompañamiento y colaboración
El concepto de orientación nos aleja de la idea de imponer reglas rígidas y nos acerca a una forma más flexible y respetuosa de educar. En lugar de ver a los padres como figuras autoritarias que deben dictar órdenes, las orientaciones permiten un enfoque de acompañamiento, colaboración y presencia. Según García, las orientaciones deben ser un mapa para los niños, que les permita navegar por las complejidades de la vida con la confianza de que están siendo guiados por una figura que los entiende y apoya, sin presionarlos ni generar conflictos innecesarios.
«Te oriento hacia tu bienestar», dice la autora, destacando que las orientaciones deben estar orientadas tanto al bienestar físico como mental del niño, sin causar estrés ni dañar su salud emocional. Este enfoque nos invita a ser más conscientes de cómo nuestras palabras y actitudes afectan a nuestros hijos y a nosotros mismos como padres.
¿Por qué elegir orientaciones y no límites?
La clave está en cómo nuestro cerebro responde a las palabras y al contexto. Al utilizar el término «límite», se crea una sensación de obligación y conflicto. En cambio, las orientaciones sugieren una relación más abierta y cooperativa. A través de ellas, los padres pueden fomentar la autonomía de sus hijos, guiándolos con amor y respeto hacia lo que es mejor para ellos.
Además, al hablar de orientaciones, los padres se liberan de la carga de tener que imponer reglas estrictas. En lugar de «mandar» por el bien de los hijos, pueden ofrecer alternativas y sugerencias que los inviten a reflexionar sobre sus decisiones, aprendiendo de manera más autónoma y emocionalmente saludable.
La transición de «límites» a «orientaciones» no solo tiene un impacto positivo en los niños, sino que también favorece la salud mental de los padres. La autora destaca que al no imponer límites rígidos, los padres logran reducir su propio nivel de estrés y presión, ya que no se sienten obligados a estar constantemente en modo correctivo o disciplinario. Este enfoque fomenta una relación más sana y armónica, en la que ambos, padres e hijos, pueden crecer juntos de manera equilibrada y respetuosa.