Por: Maximiliano Catalisano
El inicio de un nuevo ciclo escolar o el regreso después de un receso no es solo una cuestión de calendario. Es un momento que moviliza emociones, expectativas, miedos y oportunidades. Para docentes, estudiantes y familias, estos primeros días tienen un impacto que muchas veces no se percibe a simple vista. Una actitud positiva frente a este regreso puede ser la diferencia entre una vuelta rutinaria y una experiencia transformadora. Porque cuando la bienvenida no es solo formal, cuando el ánimo contagia entusiasmo y se transmite confianza, entonces lo que empieza es algo más que un trimestre. Empieza una nueva posibilidad de construir comunidad.
Volver a la escuela no siempre resulta sencillo. A algunos estudiantes les cuesta dejar atrás el ritmo de las vacaciones, otros vuelven con preocupaciones personales, otros con la incertidumbre de lo que vendrá. Por eso, la actitud con la que se los reciba es determinante. No se trata de forzar el entusiasmo, sino de generar un clima donde se perciba que estar ahí vale la pena. La positividad no es un maquillaje superficial, es una disposición que se nota en los gestos, en las palabras, en la forma de mirar y de escuchar.
Una actitud positiva no ignora los problemas, pero elige enfrentarlos desde la posibilidad y no desde el obstáculo. Cuando se parte de la confianza en que el grupo puede construir algo valioso, esa expectativa se contagia. Un aula donde se respira ánimo y respeto permite que los estudiantes se relajen, que se animen a participar, que recuperen el deseo de aprender. Volver a clases en un ambiente donde predomina la queja, la presión o el desgano termina afectando la manera en que los estudiantes se involucran.
Desde el punto de vista docente, es importante cuidar cómo se inicia la conversación escolar. Frases como “vamos a tener mucho por recuperar” o “se terminó el descanso” pueden instalar un tono que desalienta. En cambio, empezar con una propuesta atractiva, con una consigna que invite a crear o con una charla que valore el reencuentro produce otra energía. El docente tiene un rol central en marcar ese tono inicial. Su actitud será el modelo con el que los estudiantes lean la vuelta a clases.
Esto no significa ocultar que habrá esfuerzo o que hay desafíos por delante. Significa acompañarlos desde una mirada que cree que se puede. Una actitud positiva también incluye aceptar que no todo saldrá perfecto, que habrá días difíciles, que algunos volverán con pocas ganas. Pero incluso frente a eso, la postura puede ser diferente. En vez de interpretar la apatía como una falta de compromiso, se la puede leer como una señal para construir nuevas formas de convocar.
La alegría en el aula no es una pérdida de tiempo. Es un motor. Un clima donde se habilita el humor, donde se celebra el encuentro, donde se permite jugar o compartir experiencias personales, fortalece los vínculos y eso tiene un efecto directo sobre el aprendizaje. Cuando el estudiante se siente cómodo, cuando percibe que lo están esperando, cuando ve que su presencia importa, entonces puede concentrarse mejor, atreverse a preguntar, mostrarse tal como es.
La actitud positiva también implica confianza en el equipo docente, en el proyecto escolar y en lo que se está haciendo. No se trata de negar los problemas de la escuela, sino de sostener una mirada que no se queda atrapada en lo que falta, sino que valora lo que se hace. Cuando los adultos que rodean al estudiante muestran coherencia, compromiso y buen trato entre ellos, también están enseñando. Y esa enseñanza queda.
La vuelta a clases es una oportunidad para sembrar esperanza. El calendario escolar marca fechas, pero lo que queda en la memoria de los estudiantes es el modo en que fueron recibidos, el clima que se generó, la sensación de haber sido esperados. Una actitud positiva se construye con gestos concretos: una cartelera de bienvenida, una carta escrita por los docentes, una actividad que valore lo vivido durante el receso, un espacio para escuchar lo que cada uno trae. Lo importante no es que la escuela parezca perfecta, sino que se viva como un lugar humano.
Las familias también tienen un papel fundamental. Cuando en casa se habla del regreso con entusiasmo, cuando se transmite confianza en la escuela, cuando se valoran los vínculos que allí se construyen, el estudiante llega con otra disposición. La actitud positiva es un trabajo conjunto entre escuela y hogar. Un mensaje compartido puede fortalecer la seguridad emocional del estudiante y prepararlo para nuevos desafíos.
No hay fórmulas mágicas para garantizar que todo salga bien, pero sí hay una certeza: la manera en que se empieza el ciclo o se retoma después de una pausa tiene una influencia directa en todo lo que vendrá. Y ese comienzo puede ser más cálido, más humano y más significativo si se elige transitarlo con una actitud abierta, esperanzada y atenta a lo que cada uno necesita.
Una escuela que recibe con una sonrisa, que propone sin imponer, que escucha sin interrumpir, que acompaña sin apurar, es una escuela que deja huella. Y eso se construye día a día, desde una actitud que cree en el encuentro, en el vínculo y en la posibilidad de transformar la experiencia escolar en algo que valga la pena vivir.