Por: Maximiliano Catalisano
Durante muchos años, el concepto de disciplina en la escuela estuvo directamente asociado a los castigos. Suspender, retar, sancionar o castigar fueron estrategias habituales para “corregir” conductas y mantener el orden en las aulas. Sin embargo, desde hace un tiempo, cada vez más escuelas y docentes se animan a repensar estas prácticas y a buscar nuevas formas de acompañar a los estudiantes sin recurrir a medidas punitivas. El desafío es enorme: ¿cómo se enseña a convivir, a respetar normas y a asumir las consecuencias de los actos sin dañar el vínculo ni humillar a los chicos?
Enseñar disciplina con respeto no significa permitir todo ni dejar pasar las conductas que afectan a otros. Significa construir un clima donde las reglas tengan sentido, se expliquen, se hablen y se entiendan. Cuando los estudiantes comprenden por qué una norma existe y sienten que su voz es escuchada, es mucho más probable que se comprometan con su cumplimiento. La escuela deja de ser un espacio de control y pasa a ser un espacio de aprendizaje, también en lo que se refiere a la convivencia.
El error o el conflicto no se viven como algo vergonzoso o que merece castigo, sino como una oportunidad para reparar, reflexionar y mejorar. Las prácticas restaurativas, los acuerdos de convivencia, las asambleas y los espacios de diálogo son algunas de las estrategias que ayudan a gestionar las situaciones difíciles desde otro lugar. No se trata de ignorar lo que sucede, sino de abordarlo de manera respetuosa y pedagógica.
Los castigos, en general, generan obediencia por miedo o por obligación, pero no necesariamente enseñan a pensar en las consecuencias de los actos o a hacerse cargo de lo que uno hace. Por el contrario, trabajar la disciplina con respeto apunta a formar personas que entienden sus acciones, que pueden ponerse en el lugar del otro y que asumen responsabilidades de manera más autónoma.
Es importante también considerar que los adultos son siempre modelos para los estudiantes. Un docente que grita, humilla o impone sin explicar está transmitiendo una forma de vincularse que luego se replica entre los alumnos. En cambio, un docente que pone límites con firmeza, pero sin violencia, que explica, que escucha y que dialoga, está enseñando con su ejemplo.
La disciplina en las escuelas del presente y del futuro se construye desde los vínculos, desde el respeto mutuo y desde el reconocimiento de que todos estamos aprendiendo a convivir. Las normas siguen existiendo, pero el modo de enseñarlas cambia. Se trata de educar sin miedo, sin castigos innecesarios y con la convicción de que es posible aprender a vivir juntos desde la palabra, el respeto y la empatía.