Por: Maximiliano Catalisano

La adolescencia es un momento de preguntas intensas, de búsqueda de sentido, de necesidad de expresar lo que se piensa y de hacer oír la propia voz. En ese contexto, la formación ciudadana en la secundaria puede ser mucho más que un espacio curricular: puede convertirse en un terreno fértil para construir pensamiento crítico, participación, compromiso social y capacidad de diálogo. La escuela tiene una oportunidad única de acompañar este proceso desde lo cotidiano, sin esperar a que los chicos y chicas “salgan al mundo” para aprender a vivir en sociedad.

Cuando la formación ciudadana se limita a contenidos teóricos, pierde su potencia. La clave está en conectar lo que se enseña con la realidad que atraviesan los estudiantes. Hablar de derechos, justicia, normas o instituciones tiene sentido cuando se vincula con situaciones concretas: qué pasa en la escuela, en el barrio, en las redes sociales, en los vínculos. Es ahí donde las ideas cobran vida y se transforman en experiencias compartidas.

La participación de los estudiantes en centros de estudiantes, asambleas, debates o proyectos solidarios no debería ser vista como algo accesorio. Al contrario, son oportunidades para poner en juego habilidades fundamentales: argumentar, escuchar, negociar, organizarse, asumir responsabilidades. La ciudadanía se aprende haciendo, y la escuela puede ser ese espacio donde se ensayan formas de convivir y transformar.

Además, la formación ciudadana también invita a reflexionar sobre temas que atraviesan a las juventudes: la diversidad, el ambiente, los consumos, la violencia simbólica, la toma de decisiones. No se trata de bajar línea, sino de habilitar el pensamiento, de construir preguntas colectivas, de ejercitar la empatía. Cuando esto ocurre, el aula deja de ser solo un lugar de transmisión para convertirse en un espacio donde se construye comunidad.

Los docentes que se animan a trabajar estos temas, muchas veces en medio de tensiones y desafíos, saben que no hay recetas únicas. Pero también saben que vale la pena. Porque la formación ciudadana no se mide con una nota, sino en las actitudes que los estudiantes desarrollan: cómo se vinculan, cómo defienden sus ideas, cómo actúan frente a las injusticias, cómo se hacen cargo de lo que pasa a su alrededor.

Pensar la educación secundaria desde una mirada ciudadana es apostar a que la escuela no solo enseñe contenidos, sino que forme personas que quieran mejorar su mundo. Y eso empieza en cada aula, todos los días.