Por: Maximiliano Catalisano

No hay transformación educativa posible si los saberes no llegan a todos los estudiantes. No alcanza con diseñar programas o establecer contenidos, si esos conocimientos no se piensan desde la diversidad de quienes habitan las aulas. La justicia curricular invita a preguntarnos qué, cómo y para quiénes enseñamos. Es una mirada que pone en el centro a los estudiantes, sus contextos, sus historias y sus posibilidades reales de acceso al conocimiento. No se trata solo de planificar, sino de habilitar caminos para que nadie quede afuera del derecho a aprender.

Hablar de justicia curricular en la escuela supone revisar qué contenidos priorizamos, cómo los presentamos, qué recursos utilizamos y de qué modo permitimos que todos puedan comprender, participar y expresarse. No todos los estudiantes llegan a la escuela con las mismas experiencias, las mismas oportunidades o los mismos recursos. Por eso, un proyecto curricular que busque ser verdaderamente inclusivo necesita estar atento a esas diferencias y ofrecer respuestas diversas, creativas y flexibles.

En este sentido, resulta clave que el currículum no sea visto como un documento cerrado y distante, sino como una herramienta viva, que se adapta, que se construye en función de las necesidades de cada grupo. Enseñar con justicia curricular es habilitar múltiples formas de acceso a la información, diferentes maneras de participar, variadas estrategias para mostrar lo aprendido. Es construir una escuela donde todos puedan sentirse parte y encontrar un lugar.

La justicia curricular también nos interpela a pensar en las barreras que muchas veces se levantan de manera invisible dentro del aula. Textos complejos sin apoyos, consignas que no contemplan las trayectorias de los estudiantes, evaluaciones que miden solo lo que algunos pueden responder. Romper con estas barreras implica planificar desde otro lugar, ofrecer apoyos, generar alternativas, crear puentes.

Pero no se trata solo de adaptar o de agregar recursos. La justicia curricular propone mirar el aprendizaje de manera integral, reconociendo que el conocimiento se construye desde la diversidad. Que todos tienen algo que enseñar y algo que aprender. Que el aula se enriquece cuando circulan diferentes miradas, experiencias y saberes.

Construir justicia curricular es un camino que exige tiempo, diálogo y mucho trabajo colectivo. Es un desafío que interpela a docentes, equipos de conducción, familias y estudiantes. Porque pensar en una escuela donde todos puedan aprender no es solo una cuestión de programas o contenidos, sino de derechos.