Por: Maximiliano Catalisano
En las zonas rurales, la educación cumple un papel fundamental no solo en la formación de los estudiantes, sino también en el desarrollo de las comunidades. Las escuelas agropecuarias representan una alternativa que combina el aprendizaje teórico con la práctica en el campo, preparando a los jóvenes para enfrentar los desafíos del sector productivo y generar oportunidades en su entorno.
Estos establecimientos ofrecen una educación que integra conocimientos generales con técnicas específicas de producción agropecuaria. Los alumnos aprenden sobre cultivos, manejo de ganado, uso de tecnología en el agro y sustentabilidad. A través de experiencias directas en huertas, granjas y laboratorios, desarrollan habilidades que pueden aplicar en sus propias comunidades o en el mercado laboral.
El impacto de estas instituciones va más allá del aula. Muchos trabajan en conjunto con productores locales, promoviendo el intercambio de saberes y la incorporación de nuevas tecnologías. Además, fomentamos el arraigo de los jóvenes en las zonas rurales, ofreciendo alternativas para que no se vean obligados a migrar en busca de oportunidades.
El desafío es fortalecer este modelo educativo, garantizando acceso a recursos, formación docente actualizada e infraestructura adecuada. Con el apoyo de políticas públicas y la articulación con el sector productivo, las escuelas agropecuarias pueden consolidarse como espacios de aprendizaje que impulsan el desarrollo local y la innovación en el agro.