Por: Maximiliano Catalisano
Toda comunidad educativa lo percibe, aunque a veces no sepa cómo explicarlo. Hay escuelas donde el clima de trabajo es distinto, donde los proyectos fluyen, los docentes se sienten acompañados y los estudiantes aprenden con ganas. Detrás de esa armonía suele haber algo en común: un equipo directivo comprometido, que construye día a día con cercanía, escucha y mirada amplia. No se trata de tener todas las respuestas, sino de saber cómo acompañar, decidir y adaptarse sin perder el sentido de lo que hacen.
Un equipo directivo necesita hoy más que nunca saber mirar lo que ocurre en el aula y fuera de ella. Esto implica tomar decisiones pedagógicas, organizar los tiempos institucionales, acompañar procesos docentes y mantener un diálogo abierto con las familias. Al mismo tiempo, deben sostener los vínculos entre todos los actores y actuar con sensibilidad frente a los desafíos que surgen cotidianamente.
La planificación, la gestión de lo imprevisto y la conducción de reuniones son parte de su rutina. También lo es la tarea de interpretar normativas, distribuir funciones, acompañar a los nuevos docentes y velar por la continuidad del proyecto educativo. Y todo esto, en muchos casos, en instituciones que enfrentan realidades sociales cambiantes y contextos complejos.
Lo que hace valioso a un equipo directivo no es su jerarquía sino su capacidad de construir puentes. Ser accesibles, estar presentes, saber delegar, promover la participación y sostener un ritmo de trabajo ordenado hacen que una escuela funcione. Pero, además, es clave que no pierdan de vista lo más importante: generar espacios donde todos puedan crecer.
Los desafíos actuales también tienen que ver con la tecnología, con el uso de plataformas de gestión, con el manejo de datos escolares y con la incorporación de recursos digitales en el aula. Por eso, un buen equipo directivo también necesita estar en formación constante, abierto al intercambio y dispuesto a aprender junto a su comunidad.
No hay fórmulas únicas, pero sí hay claves que marcan la diferencia. Escuchar activamente. Comunicar con claridad. Anticiparse a los conflictos. Estar presentes en los momentos importantes. Reconocer el trabajo de los demás. Sostener la motivación sin recurrir al control. Un buen equipo directivo sabe que su rol no se agota en lo administrativo, porque está en el corazón del hacer educativo.