Por: Maximiliano Catalisano
No hay fórmulas mágicas para lograr mejoras sostenidas en una escuela, pero hay decisiones diarias que hacen una gran diferencia. Planificar con sentido no es solo agendar reuniones y controlar tiempos; es animarse a mirar más allá del calendario, conectar las tareas con una visión compartida y encontrar en la rutina de la gestión una oportunidad para crecer como comunidad educativa. Cada línea en la agenda puede ser más que una cita: puede marcar un rumbo, abrir conversaciones, generar acuerdos, detectar necesidades o anticiparse a los problemas.
La planificación directiva no debe limitarse a lo urgente. Cuando todo parece demandar atención inmediata, es fácil caer en el ritmo de lo que “hay que hacer” y olvidar para qué lo hacemos. Por eso, dar sentido al plan de trabajo implica frenar, priorizar, ordenar y sobre todo preguntarse: ¿qué queremos lograr como equipo?, ¿qué tipo de escuela estamos construyendo con estas acciones?, ¿qué impacto tienen estas decisiones en el aprendizaje de los estudiantes?
Un buen punto de partida es vincular los tiempos institucionales con los objetivos pedagógicos. Si las reuniones de personal, los encuentros con las familias o las horas institucionales están alineadas con metas claras, se vuelven momentos potentes. De esta manera, la agenda deja de ser un listado de compromisos para convertirse en una herramienta que organiza, orienta y permite volver sobre lo realizado con una mirada crítica y constructiva.
Otro aspecto importante es abrir la planificación a la participación. Escuchar a los equipos docentes, registrar propuestas, sumar miradas. Eso permite construir acuerdos posibles y sostenibles. Muchas veces, lo que parece una tarea individual desde la dirección puede enriquecerse si se trabaja en red, con otros niveles, con docentes, con preceptores o con los estudiantes.
Finalmente, revisar la agenda de manera periódica permite ajustar lo que no está funcionando y reconocer los avances, incluso cuando no son inmediatos. Evaluar las decisiones tomadas, leer el impacto de cada acción, ajustar y seguir. Esa es la base de una mejora continua, que no depende de grandes cambios, sino de una coherencia diaria entre lo que se quiere y lo que se hace.