Por: Maximiliano Catalisano
El paso de un nivel escolar a otro siempre genera movimiento: miedos, preguntas, entusiasmos y también cierta nostalgia. Ya sea del nivel inicial a la primaria, de la primaria a la secundaria, o de la secundaria a estudios superiores, cada cambio implica ajustes en las rutinas, nuevos vínculos, exigencias diferentes y formas de aprender que pueden desafiar a los chicos, las familias y también a los docentes. Por eso, acompañar estas transiciones no debería ser una tarea que se improvisa, sino una acción planificada desde la cercanía y la escucha.
El primer paso es reconocer que no se trata solo de un cambio de edificio o de materias, sino de un proceso emocional y cognitivo. Cada estudiante llega con una historia, un ritmo y una forma de habitar la escuela. Escuchar sus voces y permitir que expresen lo que sienten es tan importante como brindar información clara sobre lo que viene. Anticipar lo nuevo reduce la ansiedad y favorece una mejor adaptación.
Las escuelas pueden generar instancias previas de encuentro: visitas guiadas, charlas con docentes del nuevo nivel, actividades compartidas entre grados o años contiguos. Incluso es posible construir proyectos en conjunto entre niveles, donde los chicos puedan sentirse protagonistas del cambio. Estas experiencias generan un puente entre lo que se deja atrás y lo que se empieza a construir.
Es importante que el acompañamiento no se limite a los primeros días. La transición continúa durante los primeros meses del nuevo ciclo y ahí es cuando más se necesita una mirada atenta. Observar cómo se insertan los estudiantes, si pueden seguir el ritmo, si han logrado hacer nuevos vínculos, y si se sienten seguros, puede marcar la diferencia en su experiencia escolar.
Las familias también forman parte de este proceso. Orientarlas, brindarles herramientas para acompañar desde casa y mantener canales de comunicación abiertos fortalece el trabajo conjunto. Muchas veces los adultos también atraviesan sus propios temores frente al crecimiento de sus hijos, y poder abordarlos en comunidad favorece un entorno más saludable.
Acompañar bien una transición escolar no requiere fórmulas mágicas. Requiere tiempo, observación, diálogo entre docentes y espacios reales de contención para los estudiantes. Si cada actor del sistema se compromete con esta mirada, el pasaje entre niveles deja de ser una preocupación y se convierte en una oportunidad para crecer.
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