Por: Maximiliano Catalisano

A simple vista, los proyectos interdisciplinarios parecen una excelente idea: unir saberes, generar vínculos entre docentes, motivar a los estudiantes con propuestas que conecten diferentes materias. Pero, en la práctica, muchas veces se transforman en una carrera contra el reloj, con reuniones infinitas, falta de coordinación y frustración por no llegar a concretar lo que se soñó en el papel. ¿Es posible llevarlos adelante sin perder la calma? La respuesta es sí, y todo empieza con una buena organización.

El primer paso es elegir un eje temático común que tenga sentido para todas las áreas involucradas. No se trata de forzar conexiones artificiales, sino de encontrar un punto de interés que cada docente pueda abordar desde su disciplina sin dejar de lado los contenidos específicos. Algo tan simple como el agua, el medio ambiente, una efeméride o incluso una canción puede disparar un proyecto valioso si se lo trabaja con coherencia.

Luego, es fundamental acordar una estructura clara. ¿Cuál será la duración del proyecto? ¿Habrá momentos de trabajo conjunto o cada docente lo desarrollará por separado y luego se unirá todo? ¿Quién se encargará de documentar el proceso? Definir roles, tiempos y objetivos evita superposiciones y malos entendidos. Una buena idea es usar herramientas colaborativas como Google Drive, Trello o Padlet para compartir avances, materiales y acuerdos.

Otro punto clave es bajar las expectativas. No hace falta que el proyecto sea perfecto ni que incluya a toda la escuela. A veces, empezar en pequeño permite ajustar lo que no funciona y replicarlo más adelante con mejores resultados. Además, si el grupo docente encuentra una dinámica cómoda, el entusiasmo se contagia y surgen nuevas ideas sin presión.

Los estudiantes también deben saber que están participando de un proyecto distinto. Involucrarlos en la planificación, permitir que opinen, elijan o propongan formatos para presentar lo aprendido los convierte en protagonistas reales. Esto no solo mejora el clima de trabajo, sino que potencia su creatividad y su compromiso.

Finalmente, registrar el recorrido del proyecto ayuda a compartir lo hecho con otros colegas, evaluar qué funcionó bien y qué se puede mejorar. Una carpeta con fotos, videos, audios, producciones o simples anotaciones sirve como insumo para futuras propuestas y, además, pone en valor el esfuerzo colectivo.

Trabajar de manera interdisciplinaria no tiene por qué ser sinónimo de desorden. Con acuerdos mínimos, un tema bien elegido y herramientas sencillas, se pueden lograr experiencias educativas significativas que trascienden el aula y fortalecen los vínculos entre todos los actores escolares.