Por: Maximiliano Catalisano
A mitad del año escolar, muchas veces las escuelas sienten que el ritmo se acelera. Las urgencias diarias, los desafíos imprevistos y las metas a largo plazo conviven en un mismo escenario. Es justo en ese momento, cuando parece que no hay tiempo para nada, donde revisar el proyecto educativo de supervisión puede hacer toda la diferencia. No se trata de agregar tareas ni de pedir más informes. Se trata de detenerse, leer lo que se escribió a principio de año y preguntarse si sigue siendo vigente, si está cumpliendo su función, si la planificación que se había proyectado está siendo una guía concreta para el trabajo cotidiano. Volver al proyecto no es volver atrás: es mirar con nuevos ojos el camino recorrido y ajustar lo que haga falta para que la segunda mitad del año tenga más sentido y coherencia.
El proyecto educativo de supervisión no es un documento aislado. Debería ser un marco de referencia vivo, que conecte las decisiones de gestión, los acompañamientos institucionales y las acciones que se despliegan en territorio. No siempre ocurre así. A veces se construye como una formalidad, otras como un compendio de intenciones generales. Sin embargo, cuando se piensa como una herramienta real de planificación, puede ayudar a detectar necesidades emergentes, resignificar prioridades, volver a poner foco en lo importante y ajustar el rumbo con fundamentos.
Una lectura honesta de lo que se viene haciendo
Revisar el proyecto de supervisión en esta etapa del año es, sobre todo, una oportunidad de hacer una lectura reflexiva. ¿Qué acciones previstas se concretaron? ¿Cuáles no pudieron desarrollarse y por qué? ¿Qué necesidades nuevas surgieron? ¿Qué instituciones requirieron más acompañamiento? ¿Qué estrategias funcionaron mejor? Las respuestas a estas preguntas no deben entenderse como juicios, sino como insumos para decidir con más claridad.
En lugar de ver el proyecto como un corset o una estructura rígida, es útil pensarlo como un mapa de navegación. A mitad del viaje, es natural detenerse a revisar si el trayecto elegido es el adecuado, si hay desvíos, si vale la pena tomar otros caminos para llegar a las metas previstas.
Anticiparse a los desafíos del segundo cuatrimestre
Lo que ocurre en el segundo tramo del año suele ser decisivo. Se intensifican las evaluaciones institucionales, se avanza en las trayectorias más complejas, se preparan espacios de articulación entre niveles, se programan las capacitaciones pendientes y, muchas veces, aparecen situaciones imprevistas que requieren intervención directa.
Tener el proyecto educativo de supervisión revisado y fortalecido puede ser una base clave para actuar con mayor claridad. Cuando los objetivos están actualizados, cuando las líneas de acción están priorizadas, y cuando la mirada sobre las instituciones se nutre de información reciente y no de supuestos del inicio del ciclo, se favorece una toma de decisiones más conectada con la realidad del momento.
Acompañar sin perder la perspectiva
El acompañamiento a las escuelas no puede depender solo del calendario ni de las visitas planificadas. La realidad de cada institución cambia con el tiempo, y muchas veces lo que parecía una necesidad en marzo, en agosto ya no lo es, o aparece desplazado por otras urgencias. Por eso, revisar el proyecto implica también revisar la mirada que se tiene sobre cada escuela.
Volver a conversar con los equipos directivos, retomar los informes previos, dialogar sobre lo que se está haciendo, recuperar las voces de docentes, estudiantes y familias, todo esto aporta datos valiosos para redefinir líneas de acción concretas. Y al mismo tiempo, reafirma la presencia del equipo de supervisión no como fiscalizador, sino como parte activa de los procesos institucionales.
Incluir a los equipos en la lectura del proyecto
Otra estrategia poderosa para hacer de esta revisión un verdadero momento pedagógico es compartirla con los equipos. No como un informe cerrado, sino como una invitación a pensar juntos. Un proyecto que se revisa en diálogo se enriquece, gana perspectivas nuevas y puede incluir otras voces que ayuden a detectar zonas grises, logros no visibilizados y oportunidades que estaban latentes.
Esto también permite que las escuelas se sientan parte del proyecto. Que no lo vean como un texto ajeno, sino como una hoja de ruta donde se refleja su historia, sus metas y sus desafíos. Cuando la supervisión se propone caminar al lado de las instituciones, revisar su propio proyecto también es un gesto de coherencia y apertura.
Ajustar sin perder el horizonte
La revisión del proyecto no implica cambiar todo. A veces basta con afinar objetivos, replantear algunas estrategias, redistribuir tiempos, sumar nuevas acciones o eliminar aquellas que ya no tienen sentido. No se trata de hacer más cosas, sino de hacer mejor aquello que tiene sentido hacer.
El proyecto puede también integrar nuevas líneas si el contexto así lo requiere: programas que se suman, normativas que cambian, situaciones sociales que atraviesan a las comunidades educativas. Incorporar estos aspectos le da al proyecto mayor vigencia y profundidad.
Un cierre con propósito
Finalmente, revisar el proyecto educativo de supervisión también permite pensar con anticipación el cierre del año. Si se tiene claridad sobre los objetivos alcanzados y los que quedaron pendientes, se puede organizar con más sentido la elaboración del informe final, las propuestas para el año siguiente y los espacios de devolución a las instituciones.
Un proyecto revisado no es sinónimo de error. Es sinónimo de compromiso. De mirada reflexiva. De planificación realista. Y, sobre todo, de una decisión clara: que cada acción de supervisión esté al servicio del acompañamiento genuino a las instituciones escolares.