Por: Maximiliano Catalisano
Trabajar por proyectos suena bien. En los papeles, todo parece prometer una experiencia educativa diferente: estudiantes involucrados, trabajos con sentido, contenidos integrados, vínculos con la realidad. Sin embargo, cuando la propuesta llega al aula, muchas veces aparece la resistencia. Algunos docentes no se sienten cómodos, otros no saben por dónde empezar, muchos lo intentan y abandonan. ¿Por qué pasa esto? ¿Qué hay detrás de ese rechazo silencioso o esa distancia prudente? En lugar de señalar, vale la pena comprender qué razones hay detrás de esa elección de no trabajar con proyectos, para poder transformar la mirada sin imponer.
Cuando el proyecto se transforma en una carga
Muchos docentes sienten que trabajar con proyectos significa agregar más tareas a una rutina ya sobrecargada. Diseñar una propuesta integradora, planificar con colegas, evaluar procesos, adaptar contenidos, pensar actividades abiertas. Todo eso implica tiempo, esfuerzo y, sobre todo, acompañamiento. Si ese acompañamiento no existe, el trabajo por proyectos se vuelve una exigencia solitaria, difícil de sostener. Entonces, muchos prefieren seguir con lo que conocen, con lo que pueden controlar, con lo que no los desborda.
El miedo al desorden y a la pérdida de control
Trabajar con proyectos implica soltar el control rígido del aula. Invita a que los estudiantes tomen decisiones, exploren, pregunten, propongan. Eso, aunque parezca positivo, genera temor. ¿Y si se dispersan? ¿Y si no hacen nada? ¿Y si no cumplen con los objetivos? Muchos docentes fueron formados en modelos más verticales, donde el orden y la autoridad del docente eran centrales. Cambiar ese esquema no es fácil. Se necesita confianza, práctica y también un espacio donde se puedan cometer errores sin sentirse juzgados.
La falta de tiempo real para coordinar entre docentes
El trabajo por proyectos muchas veces requiere que varios docentes se coordinen. Pero la realidad institucional rara vez lo permite. Los horarios no coinciden, los espacios para reunirse no existen, y cada uno termina trabajando en su propia aula sin posibilidad de conexión real. Así, lo que en teoría debía ser interdisciplinario, termina siendo una sucesión de actividades sin diálogo. Frente a eso, es entendible que muchos docentes prefieran evitarlo, antes que frustrarse con intentos fallidos.
La formación docente no siempre prepara para este tipo de trabajo
La mayoría de los docentes fueron formados para trabajar por asignaturas, con clases expositivas, evaluaciones tradicionales y secuencias cerradas. El trabajo por proyectos implica otra lógica: abrir el aula, construir saberes con los estudiantes, animarse a la incertidumbre, planificar en función de intereses reales. Eso no siempre se enseña en los profesorados ni se practica en las residencias. Entonces, es natural que muchos no se sientan seguros. No porque no quieran hacerlo, sino porque no saben cómo hacerlo bien.
La presión por completar programas y rendir cuentas
Hay un mandato que recorre muchas escuelas: hay que cumplir con los contenidos, hay que llegar a todo, hay que enseñar lo previsto. Ese mandato muchas veces choca con la lógica de los proyectos, que avanza en profundidad,pero no siempre en extensión. Entonces, aparece el temor a dejar cosas afuera, a no cumplir, a no responder a las expectativas de las autoridades. Ante esa presión, trabajar por proyectos puede parecer un lujo difícil de sostener.
El proyecto sin acompañamiento se transforma en un fracaso
Muchas veces se impulsa el trabajo por proyectos desde discursos generales, sin ofrecer recursos reales. No hay formación específica, no hay espacios de seguimiento, no hay tiempos institucionales para la planificación compartida. Entonces, los docentes quedan solos intentando sostener algo para lo cual no están preparados ni apoyados. Cuando la experiencia fracasa o no da los resultados esperados, se pierde la motivación. Y cuesta volver a intentarlo.
La mirada desde afuera puede reforzar la resistencia
También sucede que el trabajo por proyectos es impulsado por personas que no están en el aula todos los días. Supervisores, capacitadores, técnicos que proponen sin conocer las condiciones reales de trabajo. Eso genera desconfianza. Muchos docentes sienten que se les exige algo que no está pensado para su contexto. Entonces, en lugar de integrar la propuesta, la rechazan. No por falta de compromiso, sino por defensa.
Cuando el proyecto se impone, pierde su sentido
Otra razón del rechazo es que muchas veces el trabajo por proyectos se transforma en una obligación. Se exige “hacer un proyecto” como una consigna administrativa, sin sentido pedagógico. Así, lo que debía ser una propuesta innovadora se vuelve una carga burocrática más. Y cuando las cosas se hacen por obligación, se pierde el entusiasmo. Lo que podría ser transformador se vuelve rutinario.
Repensar el trabajo por proyectos desde lo posible
No se trata de obligar, ni de forzar, ni de juzgar. Se trata de acompañar. De pensar el trabajo por proyectos como un camino que se puede construir de a poco, desde lo que cada docente puede, desde las condiciones reales de cada escuela. Se trata de brindar formación, de crear espacios de planificación, de compartir experiencias, de habilitar el error. Porque trabajar con proyectos puede ser una experiencia valiosa, pero solo si se construye en comunidad.