Por: Maximiliano Catalisano

En cada aula conviven estudiantes con maneras únicas de procesar la información, resolver problemas y expresar lo que saben. Sin embargo, el sistema educativo todavía tiende a valorar ciertos estilos de aprendizaje por sobre otros, dejando a muchos niños con la sensación de que no encajan o no son lo suficientemente capaces. Comprender la neurodiversidad no solo permite derribar estos prejuicios, sino que también abre la puerta a nuevas estrategias para que todos los estudiantes puedan desarrollarse sin sentirse en desventaja.

La neurodiversidad abarca a niños con condiciones como dislexia, TDAH, autismo o altas capacidades, pero también a aquellos que simplemente aprenden de manera distinta a la mayoría. Algunos necesitan más estímulos visuales, otros se benefician del movimiento mientras estudian, y muchos requieren tiempos diferentes para asimilar los contenidos. Respetar estas diferencias no significa bajar expectativas, sino encontrar caminos alternativos para que cada uno alcance su mejor versión.

Un aula que reconoce la neurodiversidad apuesta por la flexibilidad. Variar las estrategias de enseñanza, ofrecer opciones para demostrar lo aprendido y adaptar los entornos de trabajo son formas de hacer que la escuela sea un espacio donde todos los estudiantes puedan sentirse cómodos. Desde el uso de herramientas digitales hasta la enseñanza multisensorial, hay múltiples recursos que pueden marcar la diferencia en la experiencia de aprendizaje.

El rol del docente es fundamental en este cambio de perspectiva. Observar, escuchar y ofrecer alternativas puede ayudar a que cada estudiante encuentre su manera de aprender sin sentirse excluido. Además, fomentar la empatía y el respeto entre compañeros permite construir un ambiente donde la diversidad no solo se acepte, sino que se valore como una riqueza dentro del aula.