Por: Maximiliano Catalisano
En la vorágine del calendario escolar, donde las semanas se suceden con clases, reuniones, correcciones y más clases, muchas veces nos olvidamos de algo fundamental: parar. Tomarse una pausa no es perder el tiempo. Es, en cambio, una forma inteligente de sostenerse a lo largo del año sin llegar al agotamiento. Planificar los descansos con la misma seriedad con que se arma una planificación anual puede marcar la diferencia entre simplemente llegar a fin de año o llegar bien, con ganas, con ideas y con salud.
Descansar no significa necesariamente tomarse grandes vacaciones. A veces alcanza con espacios breves pero sostenidos en los que se interrumpe el ritmo de exigencia constante. Pausas activas, momentos de desconexión real, días sin pensar en la escuela, caminatas, lecturas por placer, ratos de silencio o encuentro con otras personas que no estén hablando de lo escolar. Todo eso ayuda a renovar energía y recuperar claridad.
Lo importante es anticiparse. Si dejamos que el año nos lleve por delante, probablemente lleguemos a julio o noviembre con una sensación de saturación que cuesta revertir. En cambio, si al iniciar el ciclo planificamos también cuándo y cómo vamos a descansar, se vuelve más fácil sostener el ritmo sin sentir que todo se desborda. El cuerpo y la mente también deben estar en el centro de nuestras agendas.
Algunos docentes usan calendarios visuales donde marcan no solo fechas escolares sino también momentos personales de pausa. Otros establecen rutinas semanales en las que un día o una franja horaria queda libre de trabajo pedagógico. También es útil saber qué tipo de descanso nos sirve más: hay quienes recargan saliendo, otros necesitan estar solos, algunos se activan con hobbies, otros con series o naturaleza. No hay una fórmula única, pero sí una certeza: no se trata de llegar más lejos, sino de llegar mejor.
Si en las escuelas habláramos más del descanso como parte del trabajo docente, quizás disminuirían los niveles de estrés y desgaste que tanto afectan a la profesión. Reconocer la pausa como parte del proceso, y no como un lujo o un capricho, es también una forma de cuidarse y de cuidar el trabajo que hacemos.