Por: Maximiliano Catalisano

A veces hace falta correrse un poco, mirar desde otro ángulo, soltar las respuestas automáticas y empezar a preguntarse. No para desconfiar de todo, sino para volver a pensar lo que hacemos, lo que enseñamos, lo que sostenemos como “verdadero” en la tarea educativa. Las anotaciones que nacen desde ese ángulo lateral no son definitivas, pero abren. No se presentan como certezas, sino como modos de interrogar lo establecido. En un tiempo que pide soluciones rápidas, detenerse a observar, a escribir, a leer desde otro lugar puede ser el gesto más pedagógico de todos.

La educación está atravesada por decisiones que muchas veces se vuelven rutina. Enseñar, evaluar, planificar, organizar. Todo eso conforma el entramado diario del trabajo escolar. Pero no todo lo que se hace está exento de sentido. Cada gesto educativo tiene una carga cultural, social, política. Por eso, registrar lo que ocurre en el aula, en la institución, en la conversación con colegas, puede ser una forma de pensar qué estamos haciendo con lo que enseñamos. Las anotaciones que emergen desde este ángulo no son diagnósticos, son movimientos de pensamiento. Pequeñas escrituras que nacen al calor de una clase, de una contradicción, de una incomodidad. Y que permiten no solo mirar hacia afuera, sino también mirarse.

Volver sobre esas notas permite afinar la mirada, descubrir detalles que antes pasaban desapercibidos. No se trata de encontrar grandes teorías en lo cotidiano, sino de aprender a leer lo que sucede. Cuando se anota lo que inquieta, lo que emociona, lo que se repite o lo que falta, se está haciendo un trabajo profundo sobre la práctica. Y ese trabajo, aunque no siempre se note, transforma. Porque mirar desde otro ángulo no solo cambia la mirada: cambia el modo de estar en la escuela.

Estas anotaciones pueden nacer en un cuaderno, en una reunión, en una charla informal. Lo importante no es la forma, sino la intención. Escribir para entender, para resistir la automatización, para nombrar lo que no se dice. La educación necesita estos registros. No para archivarlos, sino para volver a ellos cada vez que algo parece cerrarse. Porque anotar también es dejar abierta la posibilidad de pensar otra cosa. De recuperar lo humano en medio de lo técnico. De preguntarse qué sentido tiene lo que se hace todos los días en nombre de enseñar.