Por: Maximiliano Catalisano

Las familias de hoy no buscan únicamente una escuela que enseñe contenidos. Buscan una institución que acompañe, que escuche, que esté presente. Los tiempos cambiaron, y con ellos también se transformó la forma en que madres, padres y cuidadores se vinculan con la educación. La escuela ya no es solo un lugar donde se aprenden materias, sino un espacio que tiene un rol social, emocional y comunitario cada vez más fuerte. Entender esas expectativas es el primer paso para construir una relación sólida entre la escuela y el hogar.

Muchas familias esperan ser parte del proceso. Valoran los canales abiertos de comunicación, las reuniones claras, el seguimiento cercano. No se trata de intervenir en las decisiones pedagógicas, sino de sentirse incluidos y al tanto de cómo sus hijos viven la escuela. En este sentido, las herramientas digitales han acercado más que nunca a las familias, pero también han generado nuevas exigencias: respuestas más rápidas, más transparencia y disponibilidad constante.

Otro punto clave tiene que ver con el acompañamiento emocional. La escuela aparece muchas veces como un sostén. Cuando un estudiante enfrenta dificultades personales, conductuales o anímicas, la familia espera que se lo contenga, que haya un adulto atento y dispuesto a ayudar. Por eso, la dimensión humana del trabajo docente se valora tanto como la académica.

La coherencia entre lo que la escuela dice y lo que hace también es muy observada. Las familias buscan instituciones que enseñen con el ejemplo, que respeten la palabra, que construyan normas claras y predecibles. Les importa que sus hijos se sientan bienvenidos, respetados y tratados con justicia. La construcción del clima escolar no pasa desapercibida: si hay maltrato, indiferencia o desorganización, las familias lo notan rápidamente.

Por último, muchas familias esperan que la escuela trabaje valores. No desde un discurso impositivo, sino a través de prácticas cotidianas que promuevan la solidaridad, el respeto, la participación. Quieren que sus hijos aprendan a vivir con otros, a convivir, a resolver conflictos. En un mundo cambiante, la escuela es vista como una guía, un lugar donde se aprende a ser ciudadano.

Escuchar estas expectativas no significa complacer todo, sino entender que la relación entre la escuela y las familias se construye día a día, con presencia, escucha y coherencia. Lo que más se valora es el vínculo humano: sentirse acompañados en la tarea de educar.