Por: Maximiliano Catalisano

El aula ya no es la misma. Las pizarras no compiten con las pantallas, los cuadernos se mezclan con dispositivos móviles, y los alumnos llegan con saberes construidos en redes sociales, videojuegos y plataformas digitales. En este escenario, la escuela enfrenta una encrucijada: ¿debe adaptarse tímidamente a esta cultura o animarse a transformarse desde sus raíces?

La cultura digital no es una moda ni una herramienta más. Es una forma distinta de conocer, comunicarse, crear y habitar el mundo. Ignorarla sería cerrar los ojos frente a una realidad que ya atraviesa la vida de los estudiantes. Pero adaptarse no debería significar solo sumar recursos tecnológicos o abrir perfiles institucionales en redes. Transformar implica repensar las prácticas, los vínculos y hasta el sentido mismo de la enseñanza.

Los dispositivos no garantizan aprendizajes por sí solos. Lo que importa es cómo se los integra con intencionalidad pedagógica. La escuela tiene la posibilidad de formar ciudadanos críticos que no solo consuman contenidos digitales, sino que también los produzcan, los analicen y los comprendan. Eso implica enseñar con tecnologías,pero también sobre las tecnologías. Implica plantear debates, promover reflexiones y desarrollar competencias comunicativas, creativas y éticas.

Transformar también es revisar los tiempos escolares, las formas de evaluar, las lógicas del aula. La cultura digital propone velocidad, interacción constante y formatos breves. El desafío está en no replicar esa lógica sin filtro, sino encontrar modos propios de enseñar en diálogo con ese entorno. No se trata de competir con TikTok, sino de usar sus lenguajes para acercar saberes valiosos. No se trata de prohibir los celulares, sino de construir acuerdos que enseñen a usarlos con responsabilidad.

Para los equipos docentes, este camino puede despertar incertidumbres, pero también entusiasmo. Capacitarse, compartir experiencias con colegas y animarse a explorar nuevos formatos es parte del proceso. La transformación no sucede de un día para el otro, pero empieza cuando hay voluntad de cambiar el enfoque.

La escuela no pierde su valor por cambiar. Al contrario, se fortalece cuando se anima a leer el presente sin miedo, entendiendo que educar hoy también es ayudar a navegar este mundo digital sin perder el rumbo.