Por: Maximiliano Catalisano
No es un simulacro. Para muchos estudiantes, participar de jornadas internacionales como los modelos de Naciones Unidas representa una vivencia inolvidable. No solo por lo que aprenden de política exterior, diplomacia o resolución de conflictos, sino por lo que despierta en ellos: el entusiasmo por la palabra, el compromiso con los temas globales, la capacidad de escuchar a otros con ideas distintas, y la posibilidad de descubrirse capaces de intervenir en debates complejos. Estas experiencias amplían el aula, la sacuden, la conectan con el mundo real.
Cuando una escuela decide sumarse a este tipo de propuestas, no solo prepara a sus estudiantes para un evento. También les ofrece un espacio de entrenamiento en habilidades que no siempre se enseñan con naturalidad: hablar en público, defender una postura, redactar documentos con argumentos sólidos, investigar más allá de lo superficial y construir acuerdos. Cada instancia del proceso implica reflexión, autonomía y trabajo colaborativo.
Además de lo académico, hay un componente emocional profundo. Muchos chicos y chicas logran allí superar barreras personales. El que no se animaba a participar en clase, toma la palabra frente a un auditorio. La que pensaba que no sabía lo suficiente, descubre que puede explicar con claridad un conflicto geopolítico. Las jornadas internacionales son también una oportunidad para ensayar otro rol, imaginar futuros posibles y construir pertenencia.
La preparación previa es tan valiosa como el evento en sí. Investigar sobre países, culturas, posturas políticas o contextos históricos amplía la mirada. Hay un contacto con realidades lejanas que se vuelven cercanas. Los estudiantes no solo se informan: comprenden. Y eso genera una conciencia diferente sobre los problemas del mundo, muchas veces con más profundidad que la que se logra en un libro de texto.
Volver de un modelo ONU, o de cualquier jornada internacional, transforma. No hay duda de que quien pasa por esa experiencia regresa al aula con algo más que una acreditación o un diploma. Regresa con voz propia. Y eso, en un sistema educativo que muchas veces silencia o uniforma, es un valor inmenso.