Por: Maximiliano Catalisano
Cuando se habla de gestión participativa en la escuela no se trata solo de invitar a opinar, sino de crear un clima donde cada docente, estudiante y familia sienta que tiene un lugar real para aportar ideas y comprometerse con la vida escolar. Las escuelas que logran esto suelen convertirse en comunidades donde se respira un aire de construcción compartida y donde cada paso que se da busca mejorar lo que sucede en las aulas y en los pasillos. Por eso, entender qué estrategias facilitan la gestión participativa es clave para quienes buscan una escuela donde las voces sean escuchadas y donde el compromiso se transforme en acciones concretas.
Uno de los puntos más importantes es abrir espacios de diálogo periódicos, donde la palabra circule con libertad y donde los diferentes actores puedan expresar sus inquietudes y propuestas. Las reuniones de personal, los encuentros con estudiantes y las mesas de trabajo con las familias pueden ser espacios valiosos para construir acuerdos que permitan avanzar en proyectos compartidos. Es fundamental que estos espacios no se conviertan en instancias informativas unidireccionales, sino que verdaderamente habiliten la escucha activa y la posibilidad de construir soluciones de manera conjunta.
Para que la participación sea real, se necesita establecer objetivos claros. Muchas veces se invita a participar en general, pero no se explicita de qué manera ni sobre qué temas. Resulta valioso comunicar con anticipación los puntos a trabajar, dando lugar a que los participantes se preparen y puedan aportar con mayor claridad. Este punto también contribuye a evitar frustraciones, ya que las personas saben en qué pueden involucrarse y qué aspectos están abiertos a ser construidos entre todos.
Otro aspecto central es reconocer el valor de las ideas y aportes de cada integrante de la comunidad. Escuchar no es solo permitir que se hable, sino tomar nota de lo que se expresa, agradecer las propuestas, evaluarlas de manera conjunta y brindar devoluciones claras sobre cuáles se podrán implementar y cuáles deberán esperar. De este modo, se refuerza la confianza y se sostiene la participación en el tiempo, ya que las personas perciben que su palabra tiene peso en las decisiones que se toman en la institución.
El rol de las familias en la gestión participativa
En muchas ocasiones se piensa que la participación de las familias se limita a los actos escolares o a las reuniones de padres, pero su mirada puede enriquecer proyectos pedagógicos, actividades culturales, acciones solidarias o espacios de reflexión sobre temas de interés para la comunidad educativa. Promover canales de participación implica generar propuestas donde las familias puedan aportar desde sus saberes, oficios y experiencias, contribuyendo a construir una escuela más abierta y con lazos sólidos.
La importancia de la comunicación clara
La comunicación es una herramienta que facilita la gestión participativa cuando se usa con transparencia y coherencia. Informar con anticipación, utilizar canales diversos y mantener a todos al tanto de las decisiones y avances de los proyectos son estrategias que fortalecen la confianza en la escuela. A la vez, una comunicación que valora el respeto, la sencillez y la cercanía genera un clima propicio para el diálogo y la colaboración.
Generar proyectos compartidos
Una de las estrategias que más fortalece la participación es la elaboración de proyectos que respondan a intereses colectivos. Desde una feria del libro hasta un huerto escolar o la organización de jornadas comunitarias, los proyectos compartidos permiten que los miembros de la comunidad se involucren de manera activa en tareas concretas, sientan que contribuyen al crecimiento de la institución y puedan fortalecer vínculos entre estudiantes, docentes y familias.
El valor de los acuerdos
La gestión participativa requiere consensuar normas de convivencia y acuerdos de funcionamiento, tanto en el aula como en toda la institución. Trabajar con acuerdos construidos de manera participativa facilita la corresponsabilidad de todos los actores en el cumplimiento de lo pactado. Además, posibilita que quienes forman parte de la comunidad educativa comprendan mejor las razones de las normas y se comprometan con su respeto.
Impulsar la participación de los estudiantes
Los estudiantes no solo son receptores de las propuestas institucionales, sino sujetos con voz y mirada propia que pueden contribuir con ideas para mejorar la escuela. Espacios como los centros de estudiantes, las asambleas por curso o las encuestas sobre temáticas de interés permiten que se expresen y asuman responsabilidades de manera progresiva, fortaleciendo su autonomía y su compromiso con el cuidado de la institución.
Acompañamiento de los equipos de conducción
Para que la gestión participativa sea una realidad, se necesita que los equipos de conducción acompañen, faciliten y confíen en la capacidad de participación de los miembros de la comunidad. Este acompañamiento implica habilitar espacios, promover la escucha, sostener los proyectos y dar el ejemplo en el respeto por las ideas de otros, fomentando un clima de trabajo colaborativo y responsable.
La gestión participativa en la escuela no se construye de un día para otro, pero cada paso cuenta. Promover la escucha, la comunicación clara, el trabajo en proyectos compartidos, la participación de estudiantes y familias, y el acompañamiento de los equipos de conducción son estrategias que, sostenidas en el tiempo, permiten construir comunidades educativas vivas, abiertas y comprometidas con el crecimiento de todos. Cada palabra escuchada, cada propuesta que se convierte en acción, cada espacio de diálogo que se mantiene con respeto, contribuye a una escuela que crece con las voces de quienes la habitan.