Por: Maximiliano Catalisano

Cuando se piensa en la escuela, muchas veces la imagen se reduce a docentes y estudiantes en el aula. Pero quienes habitan verdaderamente la escuela saben que hay una presencia constante que hace posible todo lo demás. Son quienes abren la puerta al amanecer, limpian cada rincón, preparan el mate cocido, acompañan con una mirada cómplice, intervienen cuando hay una urgencia. Son los auxiliares escolares, y sin ellos, nada funcionaría. Sin embargo, su rol sigue siendo uno de los menos reconocidos, de los más naturalizados. ¿Qué lugar ocupan hoy en la vida escolar? ¿Cómo se valora su aporte más allá de la tarea asignada? ¿Qué dice de una institución la manera en que trata a sus auxiliares?

Más que limpieza: una presencia humana

El trabajo de los auxiliares no se limita a mantener limpio un edificio. Su presencia tiene una dimensión humana que atraviesa todos los vínculos escolares. Muchos estudiantes se sienten más cómodos hablando con un auxiliar que con una figura docente. En los pasillos, en la cocina, en los recreos, en las puertas de entrada y salida, los auxiliares están atentos a lo que pasa. Detectan malestares, observan conflictos, contienen llantos, ofrecen una palabra amable, un gesto de cercanía. Esa disponibilidad emocional muchas veces pasa desapercibida, pero es profundamente significativa.

Trabajo silencioso que sostiene la jornada

Cada jornada escolar empieza mucho antes de que suene el timbre de ingreso. Mientras el edificio está vacío, ya hay personas trabajando para que todo esté listo. Barrer aulas, desinfectar baños, revisar ventanas, encender estufas, preparar meriendas. Es un trabajo físico, intenso, repetitivo, muchas veces exigente. Y sin embargo, no siempre es valorado. La invisibilización de estas tareas forma parte de una mirada que jerarquiza unas funciones sobre otras, como si el enseñar pudiera darse sin un entorno cuidado, limpio, seguro.

El vínculo con los estudiantes

Muchos auxiliares establecen vínculos únicos con los estudiantes. No les dan clases, no les ponen notas, no les exigen tareas. Y eso abre un espacio diferente, más horizontal. En esas charlas de pasillo o mientras se sirve el mate cocido, emergen relatos que no aparecen en otros espacios. Los auxiliares pueden detectar rápidamente si un estudiante llega sin desayunar, si está con fiebre, si se lo nota triste. Y actúan. Buscan un abrigo, avisan a dirección, acompañan a la familia. Esa sensibilidad construye un lazo de confianza que nutre la vida escolar.

Cuando se confunde función con estatus

En muchas instituciones, el trato hacia los auxiliares revela cómo se entiende el trabajo en equipo. Si hay un “nosotros” entre docentes y un “ellos” para quienes limpian o cocinan, algo se está perdiendo. La escuela no puede construirse desde la fragmentación de funciones como compartimentos estancos. Todos son trabajadores de la educación, cada uno con una tarea distinta, pero con un mismo objetivo: que la experiencia escolar sea posible. Tratar a los auxiliares con respeto no es un favor, es una deuda que la escuela aún no termina de saldar.

La importancia del reconocimiento

Reconocer a los auxiliares no se reduce a un saludo amable. Se trata de incluirlos en los espacios institucionales, de escucharlos cuando tienen algo para decir, de agradecer su trabajo sin que medie un acto especial. Muchas veces son los primeros en llegar y los últimos en irse. Y no siempre se considera su disponibilidad como parte fundamental del engranaje escolar. Una comunidad educativa que reconoce a todos sus integrantes construye una cultura más respetuosa, más solidaria, más justa. Porque el cuidado también se demuestra con gestos cotidianos.

El equipo no se forma solo con docentes

Cuando se habla de equipo escolar, no se puede pensar solo en quienes enseñan. El equipo también lo forman los auxiliares, con su mirada atenta, su escucha cercana, su tarea comprometida. Si hay un problema en un baño o una necesidad en la cocina, si un niño vomita en clase o se quiebra un vidrio, son ellos quienes están ahí, sin esperar que se lo pidan. Una escuela que funciona es una escuela donde cada parte sabe lo que hace, pero también valora lo que hacen los demás. Y eso no puede construirse sin una mirada integral del equipo.

Espacios para integrar, no solo para repartir tareas

Incluir a los auxiliares en reuniones institucionales, permitir su participación en jornadas escolares, darles voz en decisiones que afectan la vida cotidiana, no es un gesto de buena voluntad. Es una forma de reconocer que también tienen saberes, ideas, experiencias que enriquecen la mirada institucional. El trabajo de cuidado no es solo responsabilidad del personal docente. Todos cuidan. Todos educan. Todos sostienen. Y cuando eso se reconoce, la escuela se vuelve más viva, más real, más humana.

Más allá del contrato: personas con historia

Detrás de cada uniforme hay una persona con historia, con cansancios, con sueños. No son solo empleados. Son parte del entramado que da vida a la escuela. Y merecen ser tratados con el mismo respeto que cualquier otro miembro de la comunidad educativa. Porque en cada gesto que tienen hacia los estudiantes, en cada vez que limpian algo que no les corresponde, en cada mate que ofrecen cuando alguien está mal, están enseñando. Aunque nadie lo anote en un acta.