Por: Maximiliano Catalisano

Hay un momento mágico en toda clase: ese instante en el que los ojos de los estudiantes se iluminan, las preguntas empiezan a surgir y el tiempo parece volar. Ese momento no ocurre por casualidad. Es el resultado de una planificación que pensó en ellos, en sus intereses, en sus formas de aprender y en lo que los motiva. Diseñar actividades que despierten entusiasmo es un desafío enorme, pero también es la oportunidad de transformar el aula en un espacio donde aprender deje de sentirse como una obligación y se convierta en una experiencia que vale la pena vivir.

El primer paso es conocer a los estudiantes. ¿Qué les gusta? ¿Qué los moviliza? ¿Qué les resulta un desafío? Pensar actividades que partan de sus intereses o que los inviten a descubrir algo nuevo es una de las claves más potentes. No se trata solo de elegir un tema atractivo, sino de proponer dinámicas que los hagan participar, crear, opinar y poner en juego sus ideas.

Las actividades que sorprenden, que rompen la rutina o que proponen una consigna distinta suelen tener un impacto positivo en el aula. Juegos, desafíos, proyectos, debates, investigación, producción de contenidos, trabajo en equipo, uso de tecnologías, salidas escolares, espacios al aire libre o actividades que mezclen lo lúdico con lo académico pueden hacer la diferencia. La variedad es fundamental para evitar que las clases se vuelvan predecibles.

Otra de las claves está en la participación activa. Las actividades que permiten a los estudiantes tomar decisiones, elegir caminos, proponer ideas o resolver problemas les dan un rol protagónico. Esa participación real genera compromiso, responsabilidad y, sobre todo, ganas de estar presentes.

El tiempo de la clase también es importante. Las actividades muy largas o con consignas poco claras pueden generar desmotivación. En cambio, las propuestas con consignas breves, objetivos concretos y posibilidades de ir viendo avances mantienen el interés y la atención.

Por último, el espacio para el reconocimiento y la valoración del trabajo tiene un rol muy fuerte. Mostrar lo que se hizo, dar devoluciones positivas, permitir que los estudiantes compartan sus producciones o celebren sus logros refuerza el entusiasmo y deja huella en su experiencia escolar.

Diseñar actividades educativas que entusiasmen no es una receta cerrada. Es un proceso de escucha, observación, prueba y creatividad. Es animarse a buscar nuevas ideas, a tomar riesgos, a sorprender y a dejarse sorprender. Porque cuando los estudiantes sienten que aprender puede ser un placer, la escuela se transforma en un lugar donde siempre hay ganas de volver.