Por: Maximiliano Catalisano

Algunas escuelas parecen avanzar sin detenerse a mirar con atención qué está sucediendo en sus aulas, en sus pasillos o en sus reuniones docentes. Sin embargo, llega un momento en el que se vuelve necesario detenerse y mirar de cerca: ¿cómo están aprendiendo los estudiantes? ¿Cómo se siente el equipo de trabajo? ¿Qué piensan las familias? Realizar un diagnóstico institucional participativo permite que la comunidad educativa pueda mirarse con honestidad, conversar y encontrar caminos posibles de mejora. No es un formulario ni una estadística fría, sino una herramienta viva que puede marcar un antes y un después en la planificación de la escuela.

El diagnóstico institucional participativo es un proceso que busca recopilar información sobre el funcionamiento de la escuela, involucrando a todos los actores: docentes, personal no docente, estudiantes y familias. Para muchas instituciones, este momento se convierte en una oportunidad para que todos expresen sus miradas, ideas y preocupaciones, siempre con la intención de construir colectivamente. Lo participativo no se trata de que cada persona opine una vez y luego se archive, sino de que esas voces sean leídas, analizadas y dialogadas para crear propuestas concretas que puedan llevarse a cabo.

Un punto de partida para este proceso puede ser la creación de una comisión de diagnóstico integrada por distintos miembros de la comunidad educativa, quienes podrán organizar instancias de diálogo y relevamiento. Es importante que desde el inicio se explique claramente para qué se hace el diagnóstico, qué se espera de cada persona y cómo se utilizará la información recabada. Este marco genera confianza, permite la participación sincera y reduce resistencias que suelen aparecer cuando se percibe que las consultas quedan en la nada.

Una estrategia valiosa para el diagnóstico es la combinación de herramientas: encuestas anónimas, entrevistas, reuniones por equipos y observaciones de situaciones cotidianas dentro de la escuela. Las encuestas pueden ser útiles para indagar percepciones sobre la convivencia, la enseñanza, la comunicación y la gestión escolar, mientras que las entrevistas permiten ampliar y profundizar los temas que surjan. Las reuniones por equipos pueden servir para analizar colectivamente los resultados, proponer acciones de mejora y comprometer a todos en el proceso de transformación.

No hay que temer a los resultados que aparezcan, incluso si no son los esperados. Un diagnóstico participativo no busca emitir juicios, sino comprender qué aspectos se están desarrollando de manera positiva y cuáles requieren atención. Por ejemplo, si las familias manifiestan dificultades para comprender las comunicaciones, si los docentes perciben falta de tiempo para coordinarse o si los estudiantes expresan sentirse poco escuchados en algunos temas, todo esto se transforma en información valiosa para repensar el trabajo institucional.

Es recomendable que la información recopilada sea sistematizada de manera clara y sencilla para su socialización. Elaborar un informe sintético, con gráficos sencillos y comentarios que reflejen lo que las personas expresaron, ayuda a que la comunidad vea que su participación tuvo un sentido. Además, compartir estos resultados permite abrir nuevas instancias de diálogo para acordar prioridades y planificar acciones de mejora.

Para que un diagnóstico institucional participativo sea realmente una herramienta transformadora, es importante que no quede reducido a un único momento del año o a una instancia aislada. Se puede planificar una evaluación inicial, otra intermedia y una final, de modo que se visualice la evolución de las acciones emprendidas. De este modo, el diagnóstico se convierte en una herramienta de planificación continua, vinculada al proyecto educativo institucional.

El rol del equipo de conducción es fundamental en este proceso, ya que habilita los espacios de participación y genera las condiciones necesarias para que las voces sean escuchadas y consideradas. Asimismo, la participación de preceptores, secretarios, personal de apoyo y otros integrantes de la escuela enriquece el diagnóstico, porque cada uno puede aportar una mirada diferente sobre las situaciones cotidianas.

Cuando una escuela realiza un diagnóstico participativo, se fortalece como comunidad, porque se abre a la escucha, al diálogo respetuoso y a la construcción de propuestas compartidas. Este camino no siempre es sencillo ni rápido, pero genera un sentido de pertenencia que repercute directamente en el bienestar de quienes forman parte de la institución.

También se convierte en una herramienta pedagógica: los estudiantes pueden aprender con el ejemplo de los adultos que dialogan, escuchan y buscan soluciones de manera colaborativa. A su vez, puede abrir la posibilidad de que ellos mismos participen activamente en la mejora de la escuela, con proyectos concretos o propuestas relacionadas con la convivencia y el aprendizaje.

Realizar un diagnóstico institucional participativo implica, en definitiva, detenerse, mirar, escuchar y planificar con otros. Permite identificar logros, dificultades y deseos que muchas veces no se expresan por falta de espacios o tiempos institucionales. Pero, sobre todo, posibilita construir una escuela que se piensa a sí misma, que se anima a transformar lo que necesita ser transformado y que se prepara para tomar decisiones con mayor conocimiento de su realidad.

Este proceso no requiere grandes recursos económicos, sino decisión, voluntad de escucha y compromiso con el propósito de mejorar el funcionamiento de la escuela para que todos sus integrantes puedan crecer y aprender en mejores condiciones. La participación no es un trámite: es una práctica que genera sentido, comunidad y aprendizaje, valores que una escuela puede transmitir desde su propio modo de trabajar.

Si estás pensando en impulsar un diagnóstico institucional participativo en tu escuela, podés comenzar por una pregunta sencilla en una reunión de personal: “¿Qué cosas sentimos que nos están funcionando bien en nuestra escuela y cuáles podríamos mejorar?” A partir de allí, cada paso que des hacia la construcción de un diagnóstico compartido será un paso hacia la construcción de una escuela que se piensa de forma conjunta, fortalecida por el compromiso de quienes la habitan cada día.